Compañera de viaje.
Caprichos de colores - Chambao
Yo siempre he querido ser futbolista. Por las perras.
Bueno, en verdad no he querido ser futbolista nunca. Yo quería ser escritor. Escritor de algo más que un párrafo destemplado cada día. Y eso más en los tiempos en que escribía a diario, que ahora casi me contentaría con ser escritor a diario en vez de a artículo por semana.
Pero ser escritor cuesta. Se tiene que tener mucho que decir, y además hay que saberlo decir bien. Y yo soy mucho más exigente como lector que como escritor, pues escribiendo casi todo lo doy por bueno, por eso este vivo y digo tiene esta forma y quedó tal que así.
Sin embargo soy plenamente consciente del valor literario de las cosas que leo. Tengo un sexto sentido, que no es otro que saber si me gusta, si me conmueve, si se podría decir mejor, aunque yo no sepa cómo.
Yo quise ser escritor, no futbolista.
Pero me hubiera gustado tener la vida soñada del futbolista, que dedica el tiempo a todas estas cosas sin importancia, tan importantes como para arruinar la tarde a más de uno, gozar de la euforia desatada de meter un gol o jugar a lo Iniesta, como los ángeles, pese a esa pinta de tener juntas todas las hepatitis, a punto de un desplome.
Son nuestros héroes, capaces de crear las líneas de belleza, sutiles e imaginarias que no logramos encontrarle a un lienzo. Por mucho Goya que lo pintara.
Sin embargo los futbolistas que son los gladiadores que entretienen a las masas despreocupadas de los problemas de la vida, con tantos como son, con lo poco que importan cuando dan fútbol de tu equipo en la tele, o aún mejor si puedes irte al campo, donde sentirte parte de una comunidad aún mayor que la que se convoca a estas horas desde las iglesias, todos bajo las mismas bufandas y bajo los mismos berridos, como parte integrante del equipo. Porque el mayor temor del hombre en el mundo es saberse solo. Y allí rodeado de tus contemporáneos, guiado del mismo frenesí eres uno con ellos. Padeciendo y disfrutando solidariamente.
Existiendo el fútbol se acabaron los problemas. Se olvidan porque lo que importa es el resultado de la tarde, y lo que venga se llevará más bien que mal. Con tres partidos gratis en fin de semana por la tele la crisis es menos. Al fin mientras dura el partido la cabeza no se acuerda de cuestiones menores.
Así las cosas no debiera llevarse las manos nadie a la cabeza al saber que esos sueldos rondan los 6 millones de euros, o aún más. Que además dan para mucho, pues los futbolistas, que hasta son menos mortales que nosotros, por lo sanos, no pagan casi en ningún sitio. Su presencia honra locales de alterne en la madrugada, discotecas cubateras o restaurantes.
No es raro por tanto que luego haya tantos futbolistas cortados por el patrón de Guti, que siempre ha sido muy fashion con los pelos cortados de diseño según tendencia, antes Redondista y luego Beckhaniana. Un muchacho que sale del autocar en el que los han acercado al estadio con la música puesta, o simulando que habla por el móvil delante de la prensa, para que lo intercepten los reporteros en busca de sus agudas palabras de cirujano que analiza el partido como un maestro del fútbol y de la lingüistica. O aún que le entretengan los aficionados, esos paletos que sin tener más que para una sopa se gastan el desempleo en un abono de temporada.
Mejor pasar por delante como alguien con prisas, demasiado importante para parecer accesible, como alguien no dispuesto a detenerse en cosas sin importancia. El mismo individuo del perfil de Guti, que es de los que parece que podría caminar sobre las aguas.
Quizá por eso mi emoción sea tan grande. Un agitación interior cuando reconocí a mi Athletic ganando al Sevilla de rutilantes estrellas mundiales con nuestra gente del barrio. Con los chavales navarros, riojanos, cantábros o vascos que uno podría cruzarse por la calle y ser objeto de un saludo como si nada.
Qué emoción verlos mezclados con el gentío invadiendo el césped. Parecía una manifestación pacífica de amor. Abrazados por la gente de la calle como héroes auténticos, y en sus caras ningún pavor a tratar de cerca con sus seguidores, sino la felicidad inmensa de haber hecho algo grande. De estar allí en medio sin creerlo del todo.
Así pues, renovada mi estima por mi Athletic y para celebrar que mi colesterol se ha metido en cintura, que ya no lo tengo porque ha guardado su guarismo entre los límites de la normalidad he decidido hacer unas comprillas en la web oficial del Athletic. 80 eurillos en ropilla que sirvan para recordar que con éxitos deportivos no habrá crisis demasiado graves.
Un capricho en la vida que la vida es un capricho. Ya lo dice Josep Mascaró, no te distraigas en tonterías, que las hay...
Cumplí además 34 años un tres de marzo, idéntico día al del alborozo de mi melliza.
Estás en la vida para ser feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario