Puedo correr sobre las olas del mar.
Cuerpo de mujer - Antonio Flores
Con el tocho que llevo escrito aquí y todavía no he dicho palabra de Rafa Nadal. Para que luego digan que Internet no es alienante, incluso hay quien no cree que sea un espejo deformado, en los chat, en las redes sociales, en los blogs malditos, como éste. En los que no se vislumbra a la persona como es realmente, lo que piensa íntimamente, sus anhelos, sus ansiedades, sus frustraciones... sus espinillas y sus poros.
Al contrario, es todo presunción, fachada, pose en apariencia y mientras dure la foto. ¿O es que alguien comparte en facebook la foto en la que salió tan mal parado como para ser confundido con un imbécil?
Pues no. ¿Y acaso yo hablo de lo que espero de la vida y de lo que he conseguido? ¿Hablo de cómo es mi vida o de cómo pudo ser? ¿Hablo de cómo será?
Pues tampoco.
¡Pero tú hablas de la política y de los políticos!
Basura nada más, en contenido y continente, esencialmente basura que no vale ni para juntar dos letras.
Vivimos tiempos de puro exhibicionismo. Todos nos exhibimos de algún modo. Jane Goody, petarda, también lo hizo. Hasta ofrecer su muerte al mejor postor. Pero la culpa no es de ella. Es de los que están dispuestos a pagar por ver su caída ladera abajo dejándose la salud a rastras.
Pobre mujer, la enfermedad que es menos espabilada que la muerte no hace distinciones, al igual que aquella. Está dispuesta, tarde o temprano, a llevarnos a todos.
Tanto escrito y no hablé aún de Nadal. Me centré sólo en esta personalidad emergente junto al teclado del portátil. Al calor de una canción por ver que sale.
Me encantaría ser Rafa Nadal, algún día, de viejo.
Y no me importaría para entonces ser incapaz de dar diez pasos sin sustento.
Entonces me habrá venido la cordura, el juicio como al Quijote, a última hora.
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