Una historia de amor interrumpida.
Siete vidas - Antonio Flores
Aparentemente, el Ipod ha muerto.
El otro día se quedó en estado catatónico. Esto es, encendido pero con el pause echado, es decir, en mitad de una canción y sin responder a los estímulos de los botones. Algún listo apuntará por ver si tenía desplazada la pestaña que bloquea las teclas, pero no fijarme en eso sería demasiado incluso para mí. Y eso que reconozco que fueron mis manos las que lo pusieron en BARRITA BARRITA ( || ), porque quería ver el final del telediario a la hora de comer. Y fui tan torpe como para pulsar el PAUS en vez del ESTOP que lo desactiva por completo, así que se quedó allí en suspenso con la lucecita encendida esperando nuevas instrucciones. Claro que en mi descargo diré que lo hice como alguien que se levantara a tientas de la cama. Sin convicción y sin darle importancia. Quizá no del todo dormido, pero tampoco despierto del todo.
Así que, como tengo solución para todo, (menos para lo inevitable, es decir devolverlo a la vida ahora que parece definitivamente muerto) y por ver si lo recuperaba cuál Lázaro con piernas, lo conecté al portátil y el Atunes me dio al instante un diagnostico estremecedor, que el Ipod estaba corrupto, en su parte más esencial supongo, que por fuera bien podría pasar por nuevo a estrenar.
¡Hasta a estas cosas domésticas alcanza la corrupción! Merecido lo tengo por hablar tan a menudo de los políticos...
La mera mención contagia.
Pero como quiera que a determinadas horas soy bastante listo decidí no restaurarlo pese a tener la opción de hacerlo. Francamente no tengo la seguridad de que esa medida copiara todas las canciones sin dejarse ni una. Mi sagacidad me abrió una puerta. Dejarlo encendido así, en su estado alelado toda la noche. Después de todo la batería terminaría por rendirse a la evidencia. El hombre puede más que la máquina en todo menos en el ajedrez.
Y así fue, a la mañana siguiente el chisme al ser pulsado ofrecía el dibujo de la manzanita, que es síntoma de un desmayo por falta de fuerzas. Y consecuentemente a la tarde le insuflé energía conectándolo al ordenador. Resultado obvio por cuanto soy protagonista:
Humano 1
Aparato electrónico 0
Todo había salido a pedir de boca. Hasta anoche.
Puedo jurar y juro que creo que lo apagué cuando era yo quien me quedaba sin energía. Sin embargo a la mañana el aparato estaba frito. Como si hubiera perdido las neuronas que le hacen abrir los ojos. Ni una respuesta a los botones, ni entonces ni ahora que permanece intubado al ordenador. Ni se lanza el Itunes como por ensalmo ni arrancado manualmente lo encuentra. Está durmiendo el sueño de los justos. Necesitado de al menos un milagro benedictino (imprescindible para hacer santo a este papa, que yo creo que va a ser que no).
Así que en conclusión lo del otro día fue uno de los despertares de Robert de Niro en aquella película. Salir del trance como un condenado en el día del bis a bis. Un pestañeo para quedarse de nuevo fijo.
Pero vaya faena para hoy. Habiendo pagado 147 euros de gas por dos meses comprar otro me mata.
Si al menos le pudiera crujir a Hacienda...
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