Esta tarde descanso, a costa eso sí, de trabajar mañana por la mañana. ¿Quién quiere importunar a un pobre comercial de camisa roja, gruesa ahora que viene el verano a pasos agigantados? Alguien habrá, y yo lo atenderé gustoso, aunque me hallara con más gusto, digamos que veinte kilómetros hacia la playa. Con lo pies metidos en la arena movediza, donde comienza el mar a asomar tímida pero indefectiblemente.
Parece que los conspiradores Vera y Barrionuevo, o en otro orden si nos atenemos a su importancia, van a volver por el presidio. Con lo que gusta oye, a media tarde bajarse a la cafetería a charlar con un amigo. Y es que quien hace las cosas torcidas, le quedan torcidas. Que no siempre hay alguien enmendándonos la plana. Y que conste que lo lamento, al menos en lo que a mi me atañe. Sé que no siempre me ayudarán, y me mostraré a veces, despistado refulgente como soy.
En Euskadi, triunfó la democracia, y a Mayor Oreja se le quedó la cara, clavadita, mismamente idéntica a la de José María Aznar al comprobar su resultado.
Es que, hasta los niños de 2 añitos, saben que mejor se está en el entendimiento que en el enfrentamiento. Ahora le toca a Ibarretxe la reválida, pero no una reválida como las que yo enfrenté en otro tiempo, en las que me jugué nada más que mi suerte. Que era mucho. Ibarretxe tiene enfrente la reválida de una sociedad que quiere vivir bien y sin bombas. Dejando a la madre naturaleza o a los designios fundados o no de un Dios sobrenatural, las cuestiones que incumben a la muerte y sus circunstancias.
Por lo que a mi respecta, no puedo desear más que la paz, pues enamorado de Euskadi, y antes incluso de conocerlo conscientemente, supe que los errores muchas veces importan poco, si no han de repetirse.