lunes, 20 de noviembre de 2006

El Rasas

"Déjate llevar, si el alma te lleva".

Fito y los Fitipaldis.



La semana pasada murió el Rasas. Murió de verdad. Porque ya antes decían que había muerto sin ser cierto. Corrió como la pólvora, pero al día siguiente ya había alguien que aclaraba, no murió aún, de veras que no, nada más está muy enfermo. Enfermo pero vivo. El caso es que a los pocos días moría del todo. Sin vuelta de hoja.

Yo me he entretenido a veces con la idea de la muerte. Esa anormalidad, cuando la vida ya no es vida, la existencia es solamente un recuerdo. Esa foto que te retrata, esos ojos que te miran desde ella te sobrevivirán casi con toda seguridad. Nos pasamos la vida distraídos en los juegos del cada día, concediendo a todo demasiada importancia, lo primero a nosotros mismos; dando la espalda a la que es acaso la única certeza que tenemos, estamos vivos por algún tiempo, pero la muerte espera, tarde o temprano.

Ya hace unos años ocurrió algo parecido con aquel hombrecito al que apodaban el Pulga, que hacía dúo con el Linterna en el Un, Dos, Tres. Decían al unísono ¿cuántos había en la plaza? Y el aforo del programa se desgañitaba entre risas, todos a una: "veintidós". Ahora los políticos ponen a un público mucho más formal para que parezcan como de cartón piedra mientras dan sus discursos. Es una costumbre que nos hemos traído tras observarla en las apariciones de Bush. Tiene su lógica, si una nulidad como es ese tipo, un rematado idiota, gana las elecciones jugando de aquel modo, por qué no copiar lo que tiene de inofensivo (no hay mucho más que eso).

Decía que al Pulga le adelantaron la muerte, y el país entero lo evocaba vestido de torero, no de los de dar dos capotazos al toro, sino de los que salen en el espectáculo del bombero torero. Tenían gracia juntos, y eso que el peso cómico lo llevaba probablemente el más alto, el Linterna que hacía aquellas voces agudas y se pasaba el rato pegando al pequeño para completar los "sketches". Tuvo que volver del anonimato que da estar pasado de moda para mostrarse vivo a los cuatro vientos; estaba vivo y bien vivo. Y quien diga lo contrario después de verlo es, para empezar un embustero, y con toda seguridad un tonto de los que ya no quedan.

Al Rasas yo no lo traté apenas. Venía a cambiar billetes de 20 por billetes de menos valor ¡faltaría más! Por lo que oí se pasó la vida cambiando cosas. Él entregaba unas a cambio de otras. Así desde antiguo. Era curioso porque podía hacer una cola larga por cambiar uno de sus billetes. Luego marchaba a la acera de enfrente y se quedaba allí apostado, con sus billetes cambiados.

Supongo que dentro de algún tiempo lo habré olvidado, tampoco tenía demasiada confianza con él. De hecho yo mismo llegué a olvidarle el nombre tras perderle la pista durante un tiempo. Pero ahora lo recuerdo perfectísimamente, bajo, rechoncho y con un ojo izquierdo permanentemente entreabierto y que lagrimeaba constantemente. Sin embargo es curioso, la última vez que lo vi me pareció más serio que nunca, y no es que fuera alguien que pasara la vida riendo, no al menos delante mío, pero aquella vez parecía ir y volver de un trance. Lo miraba todo con más fijeza.

¿Cómo lo quieres Luis?

Uno de diez, dos de cinco.

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