miércoles, 7 de febrero de 2007

El cinturón

Bajo a correos cada dos días para llevar el correo de la oficina. Suelo llegar caminando, no está muy lejos, a menos de 10 minutos. Así fue todas las veces menos una. Resultó que ya tenía el correo contado y sujeto con gomitas, a punto de salir y atiendo a un paisano muy simpático que me dijo que bajaba hasta allí, que si yo quería podía acercarme en coche.

Por supuesto que acepté. Cogí el abrigo y marché con él hasta un Hyundai Matrix, que es algo así como un monovolumen.

Una vez dentro me pongo el cinturón de seguridad como manda la más elemental sensatez y estando en esas se me arranca con que él no se lo suele poner. Yo, por descontado lo reconvengo entre sus risas. Le digo que hay que ponérselo porque lo pueden multar, suelen de hecho, esperar agazapados; por no hablar de lo muy probado a estas alturas; es un medio idóneo para prevenir tener que atravesar los parabrisas del coche en caso de frenazo brusco, con el destrozo natural de los limpiaparabrisas que eso supone. Esto del limpia lo digo ahora, no atiné con razón tan convincente entonces.

La conversación siguió muy divertida pues el paisano me contaba que es que se pasa la vida haciendo recados de aquí a allá, y que claro... en parte hay que entenderlo. Además me decía que conoce a todos los policias del pueblin, y hasta los de los alrededores.

Pero lo mejor de todo fue cuando me cuenta que una de las veces lo paró la guardia civil. Le dicen que no lleva abrochado el cinturón y él dice que es verdad. Todo aquello de los recados que comenté antes. Entonces le pide el carné de conducir y lo entrega tan caducado como estaba. Yo me caía de la risa del asiento, gracias que me sujetaba el cinto.

El guardia se va hasta el coche, no sé si aguantando la risa él también o frotando las manos por lo que se avecina. Al llegar allí le presenta a su superior, no sé si en persona o a través del comunicador los datos del paisanete, y llegando en ese momento o saliendo del coche, o vete a saber si a través del comunicador aquel, magia entre seres tan distantes, el superior que era sargento de la guardia civil le dice a nuestro amigo que cómo se le ocurre circular en aquellas condiciones. Que cualquier día de estos le pilla un rapaz de estos jóvenes y lo despluma.

Lo despidieron sin multa y recomendándole encarecidamente que se pusiera el dichoso cinto. Mi compi debió tomar buena nota, porque cuando me dejó en la puerta de correos no lo llevaba puesto. Aunque no me cabe duda de que aquel día se lo pusieron, yo creo que casi de corbata. Nos reímos un buen rato. Los recados, ya se sabe...

Para mí que sigue sin ponérselo regularmente. Yo hice lo que pude. Ya lo decía aquel eslogan tan pegadizo:

Póntelo, pónselo.

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