Starmedia suprimió en algún momento, no sé cuando mi primer sitio en Internet, que se inició en la década de los 90. No sé en que año, hace muchos. Se llamó "En el lugar de Anado". He estado mirando el vientre de mi ordenador intentando encontrar aquellas cosas que colgué allí. Según las vaya encontrando las iré trayendo aquí, para que permanezcan hasta que sea Blogger el que suprima mi sitio. Las traeré tal cual fueron escritas, sin cambiar una coma, sin intentar mejorarlas. Va a ser lo mismo que si las recuperara de un cofre.
LA VELOCIDAD DE LA BELLEZA
Nací con un cuello, que no era particularmente feo, pero que a mí me lo parecía. Por la nuez, supongo, parecía que me hubiera tragado una pelota de golf. En cualquier caso, no sentí vergüenza nunca y no lo tapé, llevaba camisas abiertas para que estas hicieran de envoltorio ocasional, ¿gallardo? Y a pesar de su exhibición, tampoco logré, oír alabanzas hacia él. Y que conste que las quise oír.
Así, que me puse manos a la obra para lograr tener un cuello, digamos que sino mejor, que la función de tragar la hacía convenientemente, sí al menos más bello. Cómo lograrlo era labor fácil. Me puse bajo el bisturí de un cirujano de fama internacional, y que se cobraba la fama a precio de oro, pues la operación me iba a costar una millonada. Pero que hacer si quieres tener el mejor cuello, tendrás que acudir a aquel que mejor puede moldearlo. Era suizo, y desconfié en cuanto lo vi, no sabía porqué al principio, ¿por qué era suizo?, pero luego reparé en el detalle que me inquietaba, era su estrabismo extremo. Una de sus pupilas se obcecaba por pasarse al otro ojo. Yo inmediatamente pensé que bien podría operarse ese ojo, antes de meterme mano, en el buen sentido, pero claro, cómo iba a operarse a si mismo, si era especialista en cuellos y no en ojos.
El suizo, se empeñó las primeras sesiones, en magrearme el torso en búsqueda de algo que su ojo, explorador, no hallaba en el cuello. Yo dije que si me debía preocupar, con aire despreocupado, y él dijo que no, que lo habíamos cogido a tiempo. Aunque no me dijo si había encontrado lo que buscara.
Me dijo que me iban a dejar un cuello ideal, en perfecta sintonía con el resto del cuerp... y calló, pues tampoco es que yo tuviera un cuerpo demasiado bien hecho. Las manos me colgaban y cuelgan cerca de las rodillas. Pero que le pueden importar las dichosas manos a un individuo, aún cuando su longitud le impide desempeñar un trabajo de alta responsabilidad correctamente, y hasta comer, si a cambio tiene un cuello de campeonato. De relumbrón que diría alguno.
Así que soporté mis dudas, estoico, sobre mis hombros caídos y me apresté a ser intervenido por ese doctor, que había de ser muy bueno, el mejor, si la demanda económica es proporcional a la calidad médica recibida. Él lo reconocía tímidamente: soy caro.
Sólo me dio un consejo a modo de advertencia, muy válido. Probablemente, me dijo, debamos intervenirle más veces, transportando esa carne que tiene usted en las piernas, pues es la que mejor tono tiene, y el problema del pelo, el del trozo de las piernas, que vaya sin son velludas, se soluciona con frecuentes afeitados. Yo asentí, dejando la mirada en el horizonte como perdida, ¿seductor? todo tiene un precio, y el suizo es el experto.
De esta manera, fui intervenido una docena de veces, ¿quién las cuenta? Y como muy acertadamente había pronosticado cíclope, por lo del ojo, dejé de caminar. Es lógico, si se lleva la carne de las piernas al cuello. Bendito anexo, que necesita la cabeza. El arrebatarle a la pierna la piel que lo recubre, había dejado en muy mal lugar a los músculos que tras esta se escondían, y cíclope decidió que para dejar la pierna así, con el músculo tan violento, mejor lo extraíamos también. Yo no tenía muchos músculos, o mejor decir, no lo tenía muy desarrollados, y me dio igual. Cíclope me terminó de convencer. "Puestos a tener una pierna inútil, es mucho más curiosa mostrando el hueso, llama más la atención". Pregúntese ¿cuántas piernas que son un hueso ha visto? Me recomendó el uso de pantalones cortos.
Sólo hubo algo de todo el proceso, que duró varios años, que me hizo plantearme si repetiría la experiencia de volver a nacer, de volverme a encontrar en idéntica posición, con un cuello que sin ser feo, no era perfecto:
Clope, le dije con familiaridad de varias anestesias, de tantas faenas anteriores. A eso él me pregunto porqué le llamaba así. Puso mala cara y añadió: habrá que extraerle también el hígado. No quiero pensar que como represalia. Clope, repetí asintiendo con profesionalidad y aparentando no sólo que esa nueva intervención no suponía un quebranto para mi ánimo, sino un desafío deseable. Miré su ojo sano: y la vejez que me ponga este cuello tan bello, lo era, y tan afeitado, lo estaba, como descolgado, cómo podré evitarla.
El estrábico cerró los ojos y cuando los alzó una sonrisa flotaba en su boca. Tu crees que dentro de cien años mi cráneo tendrá un ojo pallá. NO, será un par de agujeros, como de bola de bolera. Rió estruendoso.
Conclusión, moraleja, o como le quieran llamar los teóricos de las palabras, la belleza se quema con la respiración, es un bien indudable, pero pasajero. Y que a la postre, pasa casi sin tomar cuenta. Hasta que el espejo muestra lo que no se era. Mi cuello fue el mejor del mundo justo antes de envejecer.
Si todavía no te convencí de que la belleza pasa rápido mira esto (Enlace a tres fotos de Marion Jones).
Hábrase visto belleza mayor y que pasé más rápida. 10.75 en Sidney. Marion, enhorabuena.
23 de Septiembre del 2000
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