sábado, 17 de febrero de 2007

Saliendo

Salgo hacia Santander dentro de unos minutos. Compré esta semana el billete.

Ocurre que no se ha hecho de día, o que el día de hoy duró menos que cualquier otro día. Amaneció y a estas horas ya se hizo de noche.

Quiero rematar las rebajas. Me sucede algo curioso, cuando llegué a la determinación, a la que debía llegar forzosamente, por mi desequilibrada dieta de que nunca engordaría resulta que me he puesto a engordar. Y al tiempo o casi al tiempo, no lo puedo precisar bien, mis brazos han tendido a enflaquecer. Como si mi organismo se reorganizara de nuevo, llevando mi masa corporal hacia la tripa y el trasero.

Y ocurre al tiempo que nunca compré tanta ropa como en estos tiempos. A decir verdad nunca me compré ropa, lo hizo mi madre por mí quizá hasta que cumplí los doce años, luego la seguí usando, aquella ropa hasta casi la actualidad. Y aquí este casi es fundamental, significa por una parte que he engordado y por otra que he renovado mi vestuario.

Así que en estos tiempos se da la paradoja que haya logrado estar estupendamente adornado por fuera, como si fuera el primo de Beckham, para ir perdiendo apostura paulatinamente de puertas para dentro.

Se me va notando en la cara, cuánto más guapo, más feo.

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