No encontrarás un hombre que te ponga a salvo.
Déjate convencer - Ismael Serrano
Cualquiera que viera "Informe Semanal" el fin de semana se habrá hecho a la idea del despropósito de nuestra administración de justicia. Con miles de expedientes llenos de papelajos cerrados por gomas elásticas y archivados a presión en atestadas estanterías. Con todos los bordes doblados y con la apariencia de estar olvidados allí. Quizá porque no sirven siquiera para consultar nada. Están en el cementerio de los casos perdidos. Faltan manos que los cojan, y ojos que se interesen por lo que esconden. Están allí para ver pasar los años, en estado vegetativo, sin ganar ni perder nada. Divisando la actividad o la inactividad del personal, a los otros expedientes, cercanos, casi perdidos en mitad de las mesas.
¿Por qué lanzar un canto rodado al estanque si las ondas han de desaparecer?
¿Para qué subir el monte con la certeza de no poder llegar a la cima?
Visto de lejos en el tiempo ¿qué diferencia acción de inacción?
Así estamos con miles de sentencias esperando para ser ejecutadas, y aquella magistrada afirmando que lo que ocurrió con Mari Luz, la niña asesinada por alguien que debía estar preso por delitos anteriores, puede volver a ocurrir, aún más, lo previsible es que ocurra, de nuevo porque vivimos rozando el desastre, otra vez porque la administración de justicia era un dinosaurio antes de volverse un fósil. Ahora permanece ensimismada, con 400.000 casos pendientes de ejecución. Con todos los pasos previos perfeccionados y sin embargo durmiendo el sueño del que permanece en coma.
Aparece el reportaje el ministro de justicia Bermejo. Sonríe como sonríen los políticos y dice que gran parte de lo pendiente son multas que no han terminado su ejecución porque son de pago aplazado. Después se queda la mar de conforme. Y sonríe con una tristeza velada, como quien no logró descifrar el autodefinido y sin tener siquiera la solución en las últimas páginas, terminó dándose por vencido. Derrotado ante el destino y la ignorancia que es un océano inmenso. De derrota en derrota. Después de todo él no tiene la culpa, cuando él llegó aquello ya estaba más o menos así. Quizá fue a peor, pero tal vez fuera imperceptiblemente. Probablemente lo honesto sería reconocer que la justicia apenas funciona, que vivimos tiempos de catástrofe judicial, que el desastre no tiene parangón, que apenas se tiene soporte informático, que los juzgados funcionan como reinos de taifas, que puedes interrogar a alguien y que sobre ese alguien, con nombre y apellidos pese una orden de busca y captura sin que tu llegues a enterarte nunca. Porque la maraña judicial es una gran red de redes, como Internet, donde se cocinan mil conflictos únicos y aislados.
Pero Bermejo disfraza la calamidad con el traje de la normalidad, aparentando que está todo bajo control. En realidad él hace como hace la justicia, se queda quieto hasta que el trago pase. Después de todo lo difícil no es llegar sino permanecer, y los focos de la atención nunca son fijos, pronto se cansan de uno, o de ese algo, y las novedades llevan al olvido lo que hoy es noticia, y nuevos despropósitos llegarán para dar que hablar y decir. Y las hojas del calendario lo habrán devorado como lo devoran todo, como devoran todas las vidas, como devoran ésta. Nuevas páginas se escribirán cuando ya no quede ni el recuerdo.
Para entonces seguiremos con mil cosas pendientes, en el alero de lo posible que con el tiempo se volvió imposible. Y las estanterías seguirán llenas, y la justicia moverá su pelaje de perezoso subiendo a un árbol a cámara lenta. Y el sol brillará y las palomas volverán al parque buscando miguitas de pan de alguno.
Aunque hoy se haga tan urgente una re-estructuración de la Justicia. Un empezar desde cero quizá contratando gentes que graben los asuntos infinitos. Unificando bases de datos personales en que logren hacer constar lo que hoy se echa en falta. Creando alguna certeza en medio de la parálisis y el desconcierto.
Muere un magistrado del Tribunal Constitucional y se rompe la baraja. Se cambian las mayorías, falta un magistrado de los conservadores, que quedan por tanto en minoría. Propuesto en su día por el Partido Popular la muerte resulta una baja en sus filas, y de mayor peso que si hubiera muerto uno de sus políticos de mayor fama. Pues al final los jueces de los altos tribunales están para hacer política desde sus sillones ilustrísimos con la particularidad de que la llevan a cabo con la discreción que se les supone a los políticos y de la que carecen.
Al final no hay mayor embuste que el de los tres poderes diferenciados del Estado. Es obvio que el ejecutivo y judicial son prácticamente el mismo. Desde el mismo momento en que es el Congreso con sus mayorías los que deciden qué jueces ocuparán el cargo. Pues en la práctica estos jueces deben quedar en deuda, o quizá poseen el carné del partido, y se encargan de devolver con favores la propuesta que los encumbra.
La lógica invita a pensar que un magistrado podrá desmarcarse de determinadas doctrinas partidarias con mayor libertad de que la atesoran los políticos de partido que no tienen más labor que pulsar el botón correcto en las votaciones de las cámaras. Por eso es bueno que el ejecutivo disponga de una buena ración de indultos. Por si la justicia se equivoca reiterada y terca.
Vivimos una justicia contaminada en sus esferas más altas, globalmente paralizada.
El fracaso es casi absoluto.
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