viernes, 2 de mayo de 2008

Las decepciones

Dime por qué estás buscando una lágrima en la arena.

Soldadito marinero - Fito y los fitipaldis



Leía hoy a Tormenta hablar de las personas que se engañan a si mismas. Y resulta que es toda una estrategia de supervivencia. Moldear la realidad percibida para atraerla hacia nuestros intereses.

Comenta Tormenta sin que le falte razón que se usa por ejemplo para curar un amor imposible o uno fracasado. Y mantiene que no cree que el auto-engaño de uno consigo mismo siente bien. Que uno termina tropezando con la verdad de frente, tarde o temprano.

¿No es la vida una distracción en pos de la muerte? ¿No ha de llegar de cualquier modo?


Sin embargo yo soy partidario de maquillar esa verdad, tantas veces abiertamente hostil, como hacía la buena de Sarita Montiel para que no se le vieran las arrugas de hacerse mayor. Le ponía un velo a la cámara y aparecía radiante, con los tonos pastel de su maquillaje y de una verdad "inauténtica" palabro que leí nuevo, recién acuñado por Gómez Bermúdez, para explicar la catastrofe real y sangrante del 11M. ¿Qué hay de malo en parecer eternamente joven? ¿Qué hay de malo en mantener una ilusión falsa como falso es tanto de lo que nos rodea?

Sara Montiel se mueve jovial ante una cámara que mágicamente la ha convertido en protagonista de un cuento en el que todo aparece difuminado. Como Ana Obregon recurre al Photoshop para que sus posados de hoy sean tan finos y voluptuosos como los de hace 20 años.

Después de todo la realidad no existe sino como algo subjetivo. Filtrada por nuestros sentidos y escala de valores. Afrontarla con el mejor talante ha de ser un deber casi. Y ahí va la clave de todo, hacer ese todo relativo.

Engañarse a si mismo para olvidar un amor, convencerse de razones que no existen es uno de los medios más eficaces de afrontar una realidad a disgusto. Sobre todo si es para retratar una realidad que es pasado nada más. ¡Pesa tan poco el pasado! Que se lo digan a Juanele que afronta sus días atragantándose de barbitúricos para ver si se quita de en medio. O a tantos otros a los que la realidad cuando viene amarga los ha convertido en fantasmas de lo que una vez fueron.

Tengo la teoría de que estamos en la vida para mantenernos en ella del mejor modo posible. Y esto obviamente no nos da patente de corso para hacer lo que nos venga en gana sin respetar a nadie, pero si nos permite adaptarnos a ella para que nos sea todo lo dulce posible.

Nuestra misión es la felicidad.


Me he decepcionado muchas veces en la vida. Muchas veces por culpa mía, por estas limitaciones tan mías que no sabría ya vivir sin ellas. Otras veces me decepcionaron los otros. Me decepcionan en realidad casi a diario. Los que están cerca y lejos. Los que están un minuto cerca y otro lejos, los que leo en los periódicos, los que deciden por nosotros.

Pero he llegado a esperar tan poco de algunas personas que si aparecen me es grata sorpresa, y si desaparecen lo entiendo natural, es solamente transcurso normal de tanta gente condenada a desaparecer, a quedar en el camino.

Un día escribí que la soledad tiene es una habitación con cuatro rincones. Que los conozco todos. Alguien dirá que habitación es esa que tiene solamente cuatro y no ocho. ¿Dónde están los rincones del techado?

La soledad mal tolerada abate a estados de naufragio. Es por eso que los superiores no son visibles. Porque uno no levanta la mirada del piso. Pueden estar pero no los ves.

Así que si sintetizamos la vida para ver lo que queda. Si nos quedamos con el núcleo mismo, la delgada raíz entonces recordaremos a Tim Robbins en "Cadena Perpetua" diciendo aquello de que todo se reduce a una simple elección:

"Empeñarse en vivir o empeñarse en morir".

No subestimemos la capacidad inconsciente o no del cerebro.

Podría salvarnos la vida.

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