Pido al cielo que sepa comprender.
Un violinista en tu tejado - Melendi
Yo iba a venir igual. Bastante me pesa tener abandonaíto el blog tanto tiempo. Escribiendo tan poco... ¿no te acordabas de que los escritores escriben?
Y aunque Bosco hablé de nosotros como meros escribidores, que suena a escritor de tercera, pero él lo dice sin asomo peyorativo, que su caso es más de exceso de modestia. Pero si él lo fuera... ¿dónde quedaríamos nosotros? Así pues hagamos síntesis de lo sencillo, escritor es aquel que escribe, y maldita sea es cierto que puedo renunciar a muchas cosas, pero a esta no. Salga como salga.
¿No te diste cuenta de que Internet está lleno de escritores?
Yo venía para escribir incluso sin nada que contar. Son muchas las veces en que he llegado para decir apenas. Hoy con más razón que otras veces, porque nunca en mucho tiempo se me pasaron los meses escribiendo menos. Pero ¿es acaso culpa mía que con el cambio de casa no sepa bien dónde ponerme a escribir? Arriba de la escalera de caracol tengo una habitación que fue en su día dos trasteros, y que enseguida concluí que había de servirme de sala de Internet. Pues además la señal inhalámbrica que tiende al cielo, como las personas buenas, se capta ahí arriba en su intensidad óptima. Pero arriba el único radiador que hay parece desconectado y no responde a la ruedecilla del termostato, así que según vas subiendo la escalerilla vas sintiendo porqué esto es el norte, intuyes el frío de la calle y la misma sensación que debieron sentir los dedos de Oyarzabal antes de caerse a cachos, congelados.
Así que he perdido mi sitio de escribir. Antes porque no tenía Internet y uno no puede filosofar sobre la vida y la muerte, el hacia donde vamos, ni de donde venimos ni porque se dio así y no de otra forma en un café de pueblo, pues los nanos se asoman al portátil no sé si para leer a si para ver las fotos que parpadean a un lado. Y qué diablos, escribir exige una mínima concentración, no digo que siempre exenta de prisa, pero si al menos que uno sienta que tiene unos minutos para eso porque es esto de escribir precisamente lo que quiere aquí y ahora.
De forma que en la cafetería hacerse batería como para poner una respuesta a los correos y actualizar Annlea ya es bastante.
Luego vinieron las vacaciones, que me tuvieron enfermo y conectado a ratos breves. Suficientes para reparar en que el dinero de mi trebol de tres décimos no estaba premiado ¡ni lo iba a estar!
Pero no encontré tiempo para escribir, porque tenía que recuperar la salud ¡que es de veras lo más importante!
Y luego este quebranto mental. Alli tenía conexión gratis porque un vecino la presta sin pedir nada a cambio, y sin embargo yo me pienso si dar la mía gratis porque he tenido que recorrer el pueblo muchas veces, largo trecho, porque aquí la protegen todos como si fuera su tesoro.
¿No veis que nos están ganando la partida las operadoras? Que ahora dan los módem wi-fi con la protección activada para evitar precisamente que Internet sea libre y gratis en los pueblos y ciudades. Con lo bonito que sería que rompiéramos las fronteras de la conexión doméstica para que la ciudad entera estuviera abierta a un portátil encendido en cualquier parque. Que se pudiera escoger entre decenas de conexiones disponibles y liberadas de contraseñas.
Pero al fin seguimos mirando el centro de nuestro ombligo, y yo siento que diera por hecho que tendría conexión en casa tras tantos meses sin pisarla, simplemente porque intuía que aquel vecino, que ni siquiera sé quien es, seguiría prestando gratis su conexión
¡si cuentan que esas conexiones adicionales no se notan!
Pero lo más paradójico viene de que aún pensando así ni siquiera yo tengo claro liberar mi conexión a quien quiera sintonizarla. Por los muchos pateos que me he dado, por tantas puertas cerradas en mis narices.
Me mezco en la duda de la mano cerrada. No sé si abrir o si quedarme encerrado.
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