Volé tan deprisa que hasta mi propia sombra de vista me perdió.
Tan joven y tan viejo - Joaquín Sabina
Ayer tuvimos una cena de antiguos amigos de facultad. Hacía años que no veía a la mayoría de la gente. Hay unas fotos que acreditan el reencuentro.
Cuando veo fotos de antiguos amigos, así recobrados, recuerdo la película aquella de "Los intocables de Elliott Ness" en la que los protagonistas se retratan con una vieja cámara para ir desapareciendo en su guerra contra la mafia, poco después.
Y no es que piense que tras las fotos habremos de desaparecer, al menos no inmediatamente, pero si me da que pensar acerca del paso del tiempo, y hasta en el mérito pocas veces destacado de haber sabido llegar hasta el momento justo que mira la cámara.
Además en nuestro caso fue como volver de un pasado reciente, aunque haga más de 10 años. Simplemente porque aquel grupo de gente parece conchabado con el tiempo para que no haya mella, y así parecemos todos recién sacados del recuerdo tal y como éramos. Sin haber cambiado en nada.
Maldita sea, tan poderoso que parece el tiempo, tan en sus manos estamos y sin embargo no pudo con nosotros. Diez años no son nada.
Yo lo sé porque las vi ayer, y siguen estando igual, exactamente igual que entonces. Y de mí sé que no cambié porque en una boda reciente me crucé con una antigua amiga y me dijo que estaba igual que hace 15 años. Que no había cambiado, que era exactamente el mismo. Igualico, igualico, igualico.
Yo sonreí. Mis amigos rara vez me mienten. Me pareció además que decía la verdad.
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