Casarse con la hija de Aznar, ponerse de suegro a Aznar voluntariamente, a la Botella voluntariamente dice más de uno de lo que puede explicar un currículum o la extensión de un libro. Sólo dos alternativas, o se es tan insufrible como ellos, lo que explicaría entrar en esa familia sin patalear, o se es un mártir, católico convencido de ganarse el cielo fijo penando de ese modo en la tierra.
Elegir paella los domingos con Aznar, verlo con más frecuencia que nunca jamás es digno de estudio y redención. Exponerse así a cruzarse con él, una temeridad. Hay que ser de una pasta especial, las de los insufribles como el propio Aznar. Las de los que creen que la vida no vale nada, que la que cuenta es la de después.
El lugarteniente de Bin Laden habría revelado su paradero bien fácil, solo había que casarlo con la hija de Aznar y poner al del bigote entrando por la puerta sin avisar para pasar la tarde. Con los pies sobre la mesa.
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