Qué bueno hubiera sido que Casado estrenando barba libre de debacles electorales, hubiera hecho de verdad, y no solo con boca pequeña de Harvard, la refundación a un partido nuevo, que nada tuviera que ver con la vergüenza que fue y que hoy, tapando aquello, insiste en ser. Que bueno que hubiera dicho, sí nos financiamos irregularmente, repartimos más sobres que Correos y chorizeamos como el que más, aunque no fuimos los únicos. Otros ya lo hacían antes, que no justifica en verdad, aunque para ellos sí, solo los retrata a todos. Los de un signo y el contrario. Que nos parecen tan dispares y que sin embargo a la hora de meter la mano en la caja se parecen tanto.
Le hubiéramos podido creer. Denunciando las malas prácticas. Poniendo nombres y apellidos, luz y taquígrafos, nos hubiésemos visto ante un partido nuevo que se deshace de una de las gaviotas en el emblema porque era aquella que los tenía presos de los de antes. Los que se repartían el pastel porque era de ellos. Los que creían que nunca se les cogería. Que se les taparía porque es lo que se ha hecho siempre.
Pero el PP no se ha refundado, no deja atrás su acreditada corrupción de múltiples causas judiciales. Se dedica a desacreditar a todo aquel que busque la verdad, porque su herencia que corre en su sangre no se toca. Son lo que son, y a mucha honra. Descendientes de Aznar, nada menos. Y si el que molesta es un detective le harán la vida imposible, y si es el juez quien se empeña en tocar los huevos le moverán las silla, le marcarán con el sello de los hostiles, que es el mismo de los que no sirven.
Y mientras esto ocurre nos dirán que son una nueva generación, lista para pelear con quién sea por erigirse más español que ninguno. Dos pechos palomo decididos a que España sea lo que ellos quieran.
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