La culpa fue mía que subía con el móvil antiguo, con el Kindle y con el nuevo hacia un la habitación, todo ello, no recuerdo bien por qué en la misma mano.
Lo vi caer, y ya en el suelo su trasera dorada me tranquilizó, no era al menos el móvil nuevo. Y como tantas veces me agaché creyendo que no iba a ser nada, que lo recuperaría en tal cual, quizá con un arañazo más. Pero esta vez fue la vez definitiva, la de la despedida, la de decir con la mano, sin la mano, hasta siempre.
Tenía un cuadrado negro casi perfecto ocupando la parte superior izquierda de la de pantalla, quizá de un 30% de su extensión total. Que puede parecer poco pero que me resultó muy molesto, no para hacer vida con él, que ya había sido destronado, sino para hacer una copia de seguridad que me dio por hacer tras la caída. Tuve que poner activo el giro de pantalla en para poder saber que me hacía, mirando unas veces en vertical y según lo que me dejaba por ver, horizontal a veces.
Esta mañana la avería había ido a más. Fue extendiéndose en la noche como el chapapote aquel de Rajoy que era un hilillo de plastilina. Ocupaba ya gran parte de la pantalla y me ha dado pena. Rabia no he sentido, aunque me hubiera ido mejor de haber puesto más cuidado. He sentido pena porque no era un móvil para arrojar al cajón, como todos los que tuve antes que ese, que pasaban a la reserva sine die nada más llegado su reemplazo.
Para este quería yo una segunda vida, jubilado de salir a la calle, pero entendiéndose tan bien como siempre con luces inteligentes y altavoces a los que llevaba música en toda hora. Era un segundo mando a distancia, con multitud de aplicaciones para uso doméstico.
Puede que le termine arreglando la pantalla. Son 80€ que no iba a gastar. Lo que confirma que la caida de ayer, sin ser nada tiene un valor de 80€. Pero entonces podría volver al servicio de nuevo. Tengo que pensarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario