Han regresado las lluvias. Y quizá por eso o quizá por otras cosas mi ánimo cayó en picado esta mañana. Estaba mi alegría plomiza y pesada, de no levantar cabeza.
Si me detengo a analizar esa tristeza repentina, de día nublado, me doy cuenta de que no ha sido una tristeza desesperada, sino una suave, soñolienta, como leer un periódico repleto de calamidades recién levantado. Abrir los ojos al día con la mente en blanco para llenarla a seis columnas de actos violentos, enfermos y muertos. Amaneces para darte cuenta de que casi todo alrededor vale tan poco que sería mejor seguir dormido. Y no hay ni siquiera desesperanza porque los sueños tengan tan poco que ver con lo real.
Tiene que ver en mi tristeza de hoy la soledad de mi rostro asomado a un teléfono móvil de tercera generación para dar las buenas noches. Es mi rostro y sonríe al rostro asomado a la diminuta pantalla. La tecnología pone las sonrisas con mil kilómetros de distancia para que las veas.
Sonreía ayer, pero con el frío de la mañana aquella sonrisa se vuelve motivo de tristeza. Como es triste la risa de un payaso que se sentara siempre sin que hubiera silla. Y el día olvida el efecto climático para devolvernos al invierno más duro. Gracias que en el granizo de esta tarde algo dentro, el alma quizá, refulge, remonta mirando en la ventana, asimilando que llegó el frío y lo hizo para quedarse.
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