Primavera ven y curame el invierno.
Las nubes de tu pelo - Fito y los Fitipaldis
Vengo a la hora del fútbol que puedo ver, así que no me voy a quedar mucho. Aunque es fijo que algo me voy a perder. Repasar la actualidad aunque sea solamente un detalle me va a llevar más tiempo del que falta para el comienzo del partido. Sobre todo si sigo acumulando líneas sin contenido (como si las otras tuvieran mucho más).
No quiero dejar de mencionar al valiente que se lío a golpes con la chiquilla del tren de Barcelona. Valiente porque antes de emprender nada contra ella tomó buena nota de que pudiera hacerlo sin tener que salir corriendo. El vagón iba casi vacío, apenas había otra persona que se sentía tan poca cosa que hubiera podido precipitarse el vagón hacia un terraplén difícilmente se le adivinarían fuerzas para llegar hasta la puerta. Vamos que de tan enjuto los brazos le salían directamente del cuello, bastante esfuerzo habría sido llegar hasta sentarse, como para meterse donde no le llaman. Y el caso aquel, él lo tenía claro, le venía completamente grande. Esos skin-head tienen muy malas pulgas y aunque el cerebro les da para poco más que para un par de eslóganes son muy capaces de juntar sus bíceps para patear a quien les cuestione ideologías o se ponga por en medio. Todo lo que hizo fue mirar de un lado a otro como quien ve pasar los San Fermines, y por temor a una cogida le prestaba más atención al camino despejado, donde el peligro se intuye nada más. Es obvio que debió ponerse tenso como una cuerda de laúd, y el héroe que todos llevamos dentro debió gritarle que todo aquello era intolerable y que debía hacer algo. Pero le faltaron reflejos para mediar, le faltaron para levantarse al menos y acudir a otro vagón donde avisar a más viajeros o a la policía. Estaba paralizado como ella. Ella una ecuatoriana de 16 años. Él tan extranjero como ella, tan inmigrante y quizá por eso igualmente petrificado por el miedo.
Lo más curioso es que si yo me pongo en el pellejo de aquel me doy cuenta de que soy poco más o menos de la misma pasta, con tanta cobardía como para no hacer míos los problemas de los otros. O tal vez yo fuera capaz de interponerme aterrado. Quizá de ser yo el que estuviera allí sentado el fulano no habría osado agredir a la muchacha de aquel modo. Se sintió liberado por el desprecio a los que se sienten fuera de casa. No terminaron de entender que son ciudadanos de primera porque no se lo hicimos entender todavía. Gente que las raras veces que tiene voz se les ignora. Pero esta vez había un testigo más. Y su versión es irrefutable. Una cámara de vídeo grabando la escena entera.
Yo habría cambiado esa cámara por la humanidad de un conocido mío. Cubano por más señas. Mide más de dos metros de alto y tiene la corpulencia que para sí querría un buen poste bajo de la NBA. Es un fenómeno de la naturaleza, un prodigio que hace pequeño al gigante de "La milla verde". Imposible verlo por la calle sin quedárselo mirando. Si Leonel hubiera sido testigo, seguro que el chaval no se habría atrevido, se habría sentado como un alma de cántaro, acomplejado por ser tan poca cosa a la par que tonto, y no se le habría oído decir ni pío. Y si por entrar en el vagón en aquel momento coge la escena a medias yo estoy casi seguro que el fulano sale volando por la ventana o atravesando las puertas cerradas. Y que luego le busquen en grupito rapado, él los disolverá a guantazos. Casi seguro que al verlo comienzan a minimizar la afrenta diciendo que esas cosas le pasan por capullo. Y mientras los pies en polvorosa, no vayamos a despertar un huracán.
Porque Leonel tiene la fuerza que aquel chavalillo inmóvil oyendo música quería tener. Perdió la oportunidad de ser un héroe quizá por salvar la vida. Nos habría valido saber artes marciales. Sentirnos seguros de algo más que de hacer lo correcto defendiendo al débil.
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