Pero dímelo de frente.
La paga - Juanes
Hoy es un día señalado en el calendario. El día en que ese juez tan grosero dicta la sentencia para los encausados por el 11-M. Aunque la sentencia como conclusión definitiva la sabemos hace tiempo, 192 muertos. Eso es lo que queda de aquello, esto otro es nada más un remiendo que no servirá de nada. No servirá porque no es necesaria llegar hasta hoy para encarcelar con sentencia firme para que nadie aprenda que matar gente es algo que no se debe hacer. Y aunque fuera detalle que alguien necesitara para tomar nota, no lo harán todos esos tan fanáticos como para dar la vida por cumplir su objetivo de matar.
Pensaba en esa palabra terrorismo. Me da la impresión de que se ha quedado pequeña, de tan manida. No define en realidad lo que significa segar una vida humana o varias. Terrorismo que viene de causar terror, pero solamente causa terror si eres tú mismo el que escapa de los disparos. Todo lo demás a estas alturas provoca una incomodidad lejana. Los muertos suenan siempre demasiado distantes para ser tomados en consideración.
Pero yo no vengo con intención de contar la sentencia, la que sea, conocida ya a estas horas, copando las portadas de los diarios. Ni siquiera he entrado a leerla. Creo que podré esperar a mañana.
Yo vengo más bien para hablar del Superjumbo A380 que han estrenado las líneas aéreas de Singapur y que ha causado gran revuelo y con razón. Porque resulta que es un pedazo avión que podría llevar hasta 8oo personas cómodamente sentadas, pero no las lleva porque han decidido dejar espacio para 12 suites de lujo, con su cama de matrimonio, aunque no haga falta estar casado para su uso. Pero el alboroto no viene de que haya tantas habitaciones, ni de la forma de distribuir el espacio, sino de las quejas de los primeros ocupantes, pues se encontraron con las llaves de la puerta, delante de la habitación, viendo aquella cama mullida, aquellos pétalos de rosa esparcidos, el champagne frío, y vete tú a saber si también las fresas, para enterarse que allí no podían hacerlo, como dice Andrés Calamaro.
Y claro, alguien que pagó 28.000 euros por dos viajes, ida y vuelta debería tener derecho a echar uno por viaje, al menos. Con quien lleve para esos menesteres, él a ella, ella a él, o con quien se preste a ello del pasaje. Que por poder estirar las piernas sobre aquella cama a siete mil metros de altura algunos estaríamos dispuestos a casi cualquier cosa, aunque ella sea una modelo harta de figurones de pasarela, de hermosura demasiado patente, para contentarse ahora con bellezas menos convencionales, menos acusadas y por tanto más inadvertidas. Sobretodo porque llevan ostras a la habitación y pueden ser muchas para una persona sola. Pero resulta que las habitaciones, cuidadas hasta el ínfimo detalle, quedaron sin insonorizar de manera que el resto del pasaje podría llegar a concluir que no se está viendo la televisión precisamente. Sobre todo porque esos canales alemanes tan animados no se sintonizan cruzando el cielo a 900 km/hora. Y claro, alguien puede sentirse mal con aquel jaleo. Y como en los aviones no permiten que nos pongamos el MP3 porque prefieren que oigamos esa insulsa música de fondo, en la que, me aventuro a decir que subrepticiamente se nos dice que querremos volver a viajar con esa compañía, para que nos quede como un eco en el fondo del cerebro y después como una cuenta pendiente, puede ocurrir que todo el pasaje esté atento a los avatares de los del cuarto fogoso. Sabiendo en cada instante si la cosa va hacia arriba, y cuanto aguantará el tipo antes de rendirse a la evidencia de que ellas vencen siempre.
Así se podría dar el caso que al salir de la suite el tipo sea jaleado con vítores y aplausos por la gran faena, o por el contrario con silbidos. Lo que tiene que ser la mar de humillante, sobre todo si los 28.000 salieron de aquel bolsillo.
De forma que se ha armado buena. Los de la compañía dan todo tipo de facilidades y a la postre te dicen que nanay. Y todos esos ricos que no pueden esperar para hacerlo a llegar a sus mansiones u hoteles están con la escopeta cargada furiosos de ir simplemente tumbados descansando. Que a buen seguro saber lo de que la frenética actividad tendría muchos oyentes había entusiasmado sobremanera a más de uno, que lo entendería además como un incentivo añadido al viaje.
Así que yo voy a seguir viajando en clase turista, comprando los billetes por Internet para que queden en precio, y voy a seguir aferrándome con fuerza al reposa brazos cada vez que tome tierra, que tengo el palpito que en una de aquellas pinchamos la rueda y comenzamos a girar partiendo las alas como un barril cayendo una ladera. Toda aquella gente golpeando las cabezas contra el techo y yo asido a mi asiento por ese brazo de hierro, que me mantiene en mi sitio pase lo que pase (mientras la cosa no se incendie).
Si hay llamas parto la ventanuca con la cabezota. Y salgo el último como un señor.
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