jueves, 21 de agosto de 2008

El avión

Mentira comanda.

Mentira - Manu Chao



Llevo dos días repitiendo interiormente una letanía corta e insistente: Vaya putada.

Se me llena la boca y me siento vacío. Hace un mes era yo el que hacía escala en Madrid camino de Valencia para cenar en el McDonalds de la T4. Normalmente cojo los vuelos sin prestar atención al resto del pasaje, sin embargo me acuerdo del chaval que nos tocó al lado en la vuelta desde Estambul, que comió el menú sin dejarse una pizca. Y el horrible accidente de Barajas me ha dejado el poso de lo fugaz de la vida, y del sin sentido de vivir para morir tan caprichosamente.

¿Acaso no pude ser yo? ¿Por qué no ibas a ser tú?

Entonces reparo en esa colombiana que salvó la vida milagrosamente porque salió disparada del asiento 9b hacia el lecho de un río, y pienso que suelo ocupar esas filas yo también, aunque suelo preferir ventana para ver la velocidad hasta el despegue y el paisaje desde arriba. Pero no tengo noticias de supervivientes que escogieran ventana, ha habido tan pocos. Si sé que el despegue siempre lo di por hecho, como si no tuviera ninguna dificultad, siempre pensé que alcanzada determinada velocidad aquello ascendería sin esfuerzo. Todo lo contrario que con los aterrizajes, ¿cómo detener una máquina tan grande sobre unas ruedas tan pequeñas cuando unos minutos antes cruzaba el aire a 900 kilómetros por hora? ¿como hacerlo sin que ruede por la pista destrozando las alas desnivelada?

Ahora sé que la mayor parte de los accidentes se dan en el despegue, y que como presentía el chaleco salvavidas y las instrucciones de seguridad al abordaje no servirán para nada.

Tengo el miedo íntimo de sentir que a aquella gente a la que se les anunció la posibilidad de un cambio de avión no se les concedió por no hacer demasiado tarde cuando se está yendo ya con retraso. Y no digo que nadie presintiera que los ponía en riesgo al lanzarlos al aire en aquel vehículo, solo pensando que ya se había perdido demasiado tiempo valioso. Como lo es siempre cuando hablamos de horarios de vuelo y de carburantes. Y tengo el temor de que la gente encargada de la seguridad haya descuidado la forma de hacer su trabajo. De que miren hacia el avión charlando de otras cosas, sin la atención suficiente. De esa manera despreocupada en lo fundamental y en lo accesorio con lo que caminan tantos por la vida.

Hoy en la oficina comentábamos la posibilidad de vernos en otra igual. Que cuando vamos a salir a pista, esperando turno por la torre de control, nos desvíen al hangar para una reparación de emergencia. Nos imaginábamos dentro mientras reparan y luego cuando dan el visto bueno y nos vuelven a sacar hacia la pista de despegue. ¿Alguien se atreverá a decir que no se fía y que quiere bajarse? ¿Te imaginas quitándote el cinturón de seguridad y remontando el pasillo para decir que traigan la camioneta de la escalera porque tu te bajas? ¿Verás las caras de incredulidad del resto del pasaje? Un hombre ayer puso un mensaje a su familia diciendo que no le habían dejado abandonar el avión. Que le dijeron que se sentara. ¿Era un loco? ¿Cómo actuar la próxima vez? ¿Bajando aún riesgo de saber que tu vuelo llego sin novedad 90 minutos más tarde y que tu te quedaste buscando a cuanto comprar un billete nuevo? O creerás como creemos siempre que no hay problema. Que si había un problema desapareció. Lo resolvieron porque son profesionales perfectamente preparados.

¿O es que nadie está realmente preparado para nada?


Dicen que se tardará un año en saber las causas. Es demasiado difícil para ellos llegar a una conclusión. Las cajas negras, el papeleo, los peritos. Son así, no pudieron ser mejor de lo que son, es todo lo que hay.

Recuerdo mirar hacia atrás en el avión y verlo atestado de gente. Nadie lo piensa. Pero podríamos morir todos.

Estamos vivos y nos miramos. Yo hacia atrás por encima del asiento, tu mis ojos delante a muchas filas de distancia. Dos desconocidos...

... dos muertos iguales.

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