Estas palabras son todo mi verdad, todo mi razón.
Como siento yo - The Gipsy Kings
Tengo la sospecha de que debo estar entre las personas que están siguiendo durante más tiempo la retransmisión deportiva de las Olimpiadas, que en este país es la retransmisión casi exclusiva de nuestros propios seleccionados, pues dando por hecho de que casi nadie tiene el televisor tantas horas encendido, pasan nuestros progresos en repetición a distintas horas, y yo estoy al otro lado al borde del empacho y odiando las Olimpiadas cada día más. Y esto que digo no es ninguna tontería, quizá la única cosa que digo que no lo es, pues estoy seguro de que estos directores de programación deportiva, desplazados a Pekin hacen descansos según pulsan el botón que nos volverá a pasar el partido de balonmano en que perdimos íntegro, sin dejarse un solo primer plano de nuestros jugadores en el banquillo, de manera que el torturado espectador en que me he convertido no tiene consuelo ni descanso, aunque pueda imaginarme a ese director tomando el aire fuera de uno de esos camiones repletos de televisiones pequeñas para hacer montajes. Mientras, nosotros seguimos su programación a pies puntillas. Somos ciudadanos de nuestro propio Guantánamo televisivo.
Alguien dirá que también los locutores se están tragando nuestras proezas sin dejarse una, ¡pero no se dieron cuenta de que los comentaristas son varios! ¡Se turnan para radiar los deportes sin inmiscuirse los unos en los de los otros! Seguro que cuando las cámaras se apagan no dedican un solo pensamiento a nuestros deportistas. Y con razón, pues desde que el hombre es hombre hay envidia, ¡y que mayor envidia podremos sentir que la que brota como manantial hacia aquellos que logran lo que nosotros no podríamos! El comentarista por naturaleza debe odiar al deportista, aunque secretamente. No olvidemos que el deportista es de naturaleza más poderoso. Lo mismo que nuestros deportistas deben odiar a los que son mejores que ellos, que en las Olimpiadas son casi todos, aunque no tengan más que conexiones puntuales de nuestra televisión nacional, que se comporta como una televisión autonómica.
Además, si se diera la remota posibilidad de que los comentaristas vieran tantas horas de Olimpismo como yo ¿no las están cobrando?
En este instante vuelven a dar el partido de Nadal. Lo tengo de fondo y lo estoy oyendo, así que es como si lo viera. Creo que voy a tener pesadillas en que sombras chinescas escalan la pared del cuarto vestidas de gualda y rojo.
Por otro lado, ¿qué es esto de Pekín? Me reconozco tan inculto que no sería raro que estuviera diciendo nada más que barbaridades, pero por que le llamamos Pekín si cuando enfocan a los carteles se lee bien claro "Beijing". ¿Es que no nos gusta este nombre y preferimos llamarlo a nuestra manera? Parece claro que no son dos sitios distintos, sino el mismo que tiene varias acepciones. ¿Pero si ellos le llaman Beijing por qué le llamamos nosotros de otro modo? ¿De dónde viene este empeño nuestro en llamar Florencia a Firenze? Quizá si uno va hasta allá y dice que está encantado de conocer Pekín los chinos lo miren raro. Aunque cuentan que los chinos son tan amables y hospitalarios que probablemente da igual como llamemos a su capital.
Ellos sonríen lo mismo.
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