Luego querrán que sea una persona amimada en la Nochevieja de hoy, cuando entonces es imposible que me quede gasolina, tras el día entero de ir detrás de mí bolita, de mi Pablo y sus primos.
Decía el otro día, y lo mantengo hoy, que un párrafo de Umbral es mejor que un libro entero de cualquier otro, aunque tengo que añadir a esto algo más, completar la idea, aunque sea con una pura paradoja. Cualquier libro es mejor que uno de Umbral. No sé si después de tanto lirismo uno llega hacia el final del libro con la capacidad de soportar lirismo requete saturada, o es que, como también dije, para darle más hojas al libro, no se trata de hacer una narración breve, a Umbral le vale cualquier cosa, incluso el sonido de un pedo, o con quien cenó anoche. Nos echa la culebra que quedó claro que no le cuesta ningún esfuerzo, y nosotros cargamos con ella porque quizá más adelante le haya vuelto la inspiración y nos vuelva a dejar pasmados. Pero mientras eso no ocurre el libro se hace largo, pierde filo e interés, se vuelve un volteo de hojas simplemente, que ni limpian ni manchan. Que se hacen como un saco de piedras.
Él, que tiene el don de la palabra escrita, luego en vivo titubea como todos, nos administra lo que sea por dar una longitud mínima al libro para que pueda ser considerado como tal. Pero el lector, este lector en concreto que soy yo, ya anda desconectado, con ganas de acabar, de que la cosa acabe, sin encontrarle la gracia y con cierta sensación de haber sido estafado, como una de película que promete en el trailer, que ha concentrado todas las emociones en dos minutos, para luego ser un remanso en que no sucede nada.
Yo no lo voy a ver, pero quizá un día nos puedan programar la cabeza de otro, aún sacrificando la nuestra, nuestros pensamientos propios, y estará bien. Será un modo de que la muerte no nos prive de las cabezas más lúcidas, que seguirán igual de lúcidas sobre otros hombros. Los mios. Yo me prestaría, siempre y cuando me dejaran un resquicio para el amor que siento por los demás (por los que siento amor), que una parte ínfima del cerebro que donas para la supervivencia de ese otro permaneciera para nuestro propio uso, guardara ese amor que nos queda, aún cuando fuera un solo trastero en un gran garaje.
Entonces yo podría haber donado mi espacio intracraneal a Umbral, lo habría hecho de buen grado porque es una tragedia que esa forma de escribir se pierda, tan sorprendente a veces, tan amable, digno de ser amado, no él, sino lo que dice, lo que escribe. Yo puedo amar lo que cuenta por como lo cuenta incluso aunque no lo hubiera soportado a él.
Pero antes de ceder mi cerebro a Umbral, que lo merece, antes se lo cedería a mi padre, al que amo, o a Bosco, que marchó hace años, que también era capaz de escribir como los ángeles y al que tanto echo de menos. Ojalá vivieran por siempre, en mi, junto al amor.
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