Pero algunos me llegan. Los conozco y me reconozco, ya no es Umbral del que habla sino que habla de mí. Otras veces es simplemente que entendiéndolo, o no, alcanzo a comprender lo bellísimo que es, y me quedo con eso.
Umbral escribe tesoros, es la verdad.
Es un drama que el escritor muriera, no hablo de la persona, continente del escritor, sino del escritor nada más. Es trágico perderlo, que se vayan para siempre sus palabras, pues nadie las ordena mejor, las compone con tanta armonía como música en un pentagrama. Vale más un párrafo de Umbral que un libro entero de cualquier otro. Al menos en la pena que se da en estos pocos de que todo libro acaba, a mi me queda un consuelo que nace en mi propia limitación. Como siempre me voy dejando cosas, por el prurito de avanzar y que el libro no se eternice, por el afán de pasar a otra cosa, como queda tanto por terminar de entender, tanto que pasa sin hacer mella, sin darme cuenta, pienso que siempre podré volver con una mirada nueva, más madura, para descubrir nuevos hallazgos.
Sigue siendo un drama que no vaya a haber palabras nuevas, pero gracias que nos las entiendo a la primera puedo regresar. Puedo descubrir a un Umbral nuevo con cada visita.
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