Alguien con 50 a sus espaldas, sin prácticamente argumento alguno es alguien que va al baño y defeca larga y tendida una culebra sin tener ni que apretar. Podría decirse que Umbral por tanto cagaba literatura, le salía la literatura, la mejor literatura en realidad, como algo natural, como cagar que digo yo, pero que podría ser también como respirar.
Y debía reír viendo a los demás escritores con sus diagramas y flechas para organizar una historia, para traerla ordenada al lector, con giros y sorpresas, con intrigas calculadas. A él le bastaba sacarle la punta al boli, sentar frente a la Olivetti, que es algo así como subir al trono del water, para que la cosa surja por si sola. Se entienda o no importa bien poco, la buena literatura no hay que entenderla, como la música no tiene explicación, se siente nada más. Pasma y ya está. Su función es admirativa, como estar ante unos fuegos artificiales por primera vez.
Lo que viene a significar, esto que cuento, que quien escribía mejor es el que tenía el menor mérito. A él aquello, escribir, no le costaba nada. Además, estoy seguro, no se ahorraba nada tampoco, no había tachaduras, ni quitaba un trozo porque nada le sobraba, la culebra de antes llegaba de una pieza, los párrafos le caían del trasero por si solos y todos ellos eran buenos, buenos en el sentido de que eran literatura.
Si no fuera porque además de escribir los libros también escribió miles de artículos en prensa hubiera concluido que era un vago de tomo y lomo, pues de tan fácil, sin más método que estar sentado los 50 resultan pocos.
Lo que si se colige de estar leyendo a Umbral que es lírico por todos los demás, que hace poemas en prosa, porque tiene el talento desbordado, es que era muy afortunado. No por la literatura, que lo escogió como conducto para salir, sino por el mucho dinero que habrá hecho a cambio de algo para él tan sencillo. Porque a Umbral la chequera le daba tratamiento de superstar, porque se le juzga por el resultado y no por el esfuerzo, y a él, que había sido pobre, el dinero le gustaba tanto como sentarse un rato a hacer un libro.
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