Miraba el otro día el programa documental "Callejeros". En el primero una dentadura extranjera mostraba "pedazo" chaletes. De gente muy rica y aburrida de gastar. Con todo tipo de detalles. Hasta una tele plana inmensa saliendo de la tierra incorrupta del jardín para que uno la pueda ver aparecer, desplegando velas, de medio cuerpo en la piscina, eso sí se acierta con el botón adecuado del mando a distancia. Aunque supongo que a este, al mando, se le gastarán las pilas como a todos. Mucha sofisticación y mucho grifo de oro para observar la mandíbula de uno deformada y las arrugas que no cure la Corporación Dermoestética con alguno de sus tratamientos casi milagrosos y muy caros.
Después como contraposición nos dieron otro documental, de monjas. Las cámaras traspasaban el umbral de un antiguo convento en el que viven rezando y haciendo labores de hostelería, no sé si en competencia desleal, a mí me da que sí, un puñado de monjitas de las que se escabullen ante la cámara y de las que revolotean todo el tiempo a su alrededor. Una doña les pedía kilo y medio de rosquillas o alguna otra exquisitez y tras cogerlas preguntaba, perdida la fuerza en la voz, ¿cuánto debo? Y del otro lado del torno un gorjeo en euros. Porque las monjas aún recluidas están al tanto de la vida y de lo que viene sucediendo.
Por eso uno se pregunta si una mañana alguna de ellas no se preguntará si es que acaso algo están haciendo mal, pues tanto rezo nos sirvió hasta hoy para bien poco. Aunque es bien cierto que no quiero ni pensar cómo serían las cosas sin ellos ¿verdad?
Al verlas uno valora la calma y la paciencia de esas vidas sosegadas y le parece que todas las vidas debieran tener un tiempo vivido de aquel modo. Nace la querencia de pasar una temporada como hacen ellas hasta que uno se da cuenta de que la vida de uno tiene bastante de espartano y de clausura.
Tanto que tras oír de sus salidas para el médico y otros quehaceres mundanos terminé pensando si estas monjas nuestras no se estarán relajando. Quedando la impresión de que antes estas cosas de un encierro se hacían con mayor rigor.
Lo más curioso de todo fue oír a una de las monjas decir que de los tres votos allí se cumple, textualmente, "sobre todo" el de pobreza. Joer que sorpresa cuando los otros dos son el de obediencia y el de castidad. Es seguro que estas mujeres piadosas cumplen a rajatabla el voto de pobreza, aunque no daba la impresión de que pasaran hambre. Pues quizá por la vida sedentaria que da ir de la celda a la capilla y de allí al comedor estaban todas más bien rellenitas. Vamos que sus hábitos daban para cubrir una mesa de billar holgadamente. O tal vez es que los dulces que preparaban día sí, día no, están tan ricos como parecen.
Llamativa resulta la confesión a media voz de una de ellas que al poco casi afirma que mérito el de los misioneros, "ellos sí...". Supo recular lo suficiente para no quedar en mal lugar ni dejar en mal lugar a sus correligionarias. Había algo de desencanto tal vez.
Echaban la vista atrás y recordaban como un mérito que colgar de la solapa el año en que entraron por aquella puerta. En 1965 apuntaba una. Aún antes aquella otra tan mayor y achacosa. Vamos que el pasado desde aquel muro es una cesta llena de años, revueltos unos con otros frente al recuerdo y el olvido.
Una joven sudaméricana contaba como le vino el arrebato vocacional. Y cómo dolió y duele haber dejado de ver a los suyos por dedicar su vida a Dios. Otra mayor, de anchas gafas de pasta, pasadas a todas luces de moda, relataba de un novio que había tenido y al que parece que dejó allá por los años 60. Supongo que para no saber nada más de él como no supo él nunca más de ella. Y no fue la única, parece que más de una tenía a gala contar, sin entrar en pormenores, sus andanzas románticas de años mozos e intempestivos.
¡Qué difícil acertar! Sustraerse a las decisiones que cambian la vida o a aquellas que pudieron cambiarla. Cuántas veces habrán imaginado una vida distinta de haber seguido algún otro camino. ¿Pudo ocurrir? ¿Pudo ser diferente a como fue al fin?
Y lo peor es que corrido el tiempo, con tantos años clausuradas tras la puerta de fríos cerrojos llega la tele, para mostrarlas aún a riesgo de que cualquier pimpollo de tres al cuarto, se diga que estas monjas se nos están relajando.
Al gris un trazo rojo lo maravilla.
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