No contarlo sería como levantarse de una peli emocionante sin ver el final, o peor aún que se levante el fulano que se sienta delante impidiéndonos ver el desenlace, la toma más importante de la película, de forma que cuando el cine entero está aullando de sorpresa ante ese cambio radical, sin cirugía, tú estás viendo lo descolgado que tiene el vaquero sobre su mustio trasero. Y por supuesto maldices su estampa, aullando a la salida mientras te cuentan que los pelos se ponían como escarpias. Hay guiones que son magia pura.
Lo digo sobretodo porque ya aburrí a propios y a extraños con mi desafío, éste sí, contra las operadoras de telefonía. Y sería tremendamente injusto que no contara el final, sobretodo cuando va a ser bueno, por lo que parece.
Ya comenté en su día, pero refresco ahora, que los contables de Timofónica decidieron añadirme una tarifa plana de telefonía que no pedí ni contraté. No contentos con cobrarme el mantenimiento de la línea, más o menos 15 euros mensuales, decidieron por si mismos y sin mi concurso que había que engordar algo esa factura. Por ejemplo con una tarifa plana que no podía usar por tener contratada otra con Wanandoo, ahora Orange. Conté (¿o contuve?) también que haciendo uso de los medios oportunos puse una reclamación vía telefónica al operador que resolvió anunciándome que la línea de teléfono funciona perfectamente. Que no hay incidencias reseñables. Vamos, que se debió perder mi reclamación antes que nadie la leyera. O tal vez es que leer esas cosas da tanta pereza que mejor se contesta cualquier otra cosa y se confía en que la providencia satisfaga. O que la razón de la reclamación se olvide, o que la pereza que muestran contagie de pereza para seguir reclamando.
Lo que pasa es que yo en esas cosas soy un poco pesado. En esas y en otras, conste. Así que terminé poniéndoles una reclamación ante Consumo, que son algo así como el Equipo A o el coche fantástico. Llegan en ayuda del infeliz, aunque tarden.
Transcurrieron varios meses hasta que recibí una carta escueta. Como haría Hannibal Smith que era hombre de palabra, aunque de pocas. Me decías algo así como que acusaban recibo de mi reclamación y que iniciaban los trámites o diligencias oportunas. Algo así fino pero firme y que sonaba educadamente belicoso.
Discurrió así en espera nada más un par de semanas y una feliz mañana me encuentro con que Telefónica que vio las orejas al lobo al fin, había ingresado en mi cuentecita 60 euros y un pico en céntimos. Más de lo que yo pedía en mi carta a Consumo. No sé si por remordimiento o como premio por no rendirme a primeras de cambio.
Debe ser que va a ser cierto aquello de quien la sigue la consigue. Desde luego no he vuelto a saber nada ni de unos ni de otros. Nada más la transferencia.
De Telefónica espero carta. La recibiré un día de estos, imagino. De Consumo no. Siempre actuó así el Equipo A. Siempre a la carrera. Marchaban en la furgoneta negra sin tiempo a que les dieras las gracias.
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