Me arrimo y vengo con la puerta entornada, casi a oscuras. Me mece la música de este espacio que siempre tuvo entrañas de melancolía, como de mirada hacia el pasado. Como de posible que se volvió imposible, gracias a mí.
Se puede querer de muchas formas, desesperadamente y sin esperanza, como el dolor de un punzón enhebrando la carne, y se puede querer calmadamente, en la quietud de una tarde cualquiera al fresco, sin sillas vacías.
Lo esencial será saber si hay fin para el amor. Si esto acaba o empieza cada día. Y si uno quiere escapar... ¿encontrará el modo?
En la recompensa va la condena, me temo. En la felicidad, la tristeza.
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