jueves, 8 de noviembre de 2007

Cosas extrañas

Él solo quiso volar.

La historia de Juan - Juanes



Hay que reconocer que el diario trae noticias la mar de extrañas. Una lo de que los crustáceos en el puchero sienten dolor. Yo la verdad es que no lo sabía ni nunca reparé en que pudieran sentirlo. Simplemente echaba el kilo de mejillones en la cazuela, le ponía al asunto cebolla y limón para aderezarlo hacia el final con pimienta molida blanca. Que le da un punto picante muy afín a mi carácter gruñón.

Pero resulta que los científicos que no están buscando cura para las enfermedades incurables han estado haciendo pruebas, entre otras, con gambas a las que les manchaban con ácido de vinagre las antenas. Y los bichos que se dolían al instante se ponían a moverlas histéricos para que aquello pasara. Claro que ya ha habido voces británicas, que suelen ser discordantes en casi todo, para decir que de eso nada. Que si mueven las dichosas antenas es nada más por limpiarse la cochinería esa y no porque sientan dolor. Sostiene el buen doctor isleño que las gambas son organismos con el sistema nervioso tan poco complejo que no siente dolor, ni en el alma, ni en el centro mismo del corazón, ni en ninguna parte de su cuerpo de gamba. A lo más, si es pisada se le puede caer uno de esos ojos negros tan poco expresivos, pero vamos que si lo pierde ni se entera, porque de dolor apenas. A lo más puede ocurrir que el bicho se quede ciego.

Claro que la ciencia no solamente se entretiene en desentrañar el misterioso mundo de las gambas para aplicar sus hallazgos a todos los que se le parecen, langostas y cangrejos incluidos. Claro que son ellos los que le encuentran el parecido, que ve tú a pedir que te saquen una ración de gambas que es fijo que no te caerá una fuente llena de langostas. Y si te cae ten por seguro que te vas a dejar la cartera en el local y las uñas en la pila de los platos preparados para lavar, esto es, sucios. Porque hasta el camarero con menos rodaje o menos luces sabe la máxima de que algo más grande ha de ser, lógica manda, más caro. Ni siquiera es lo mismo ser un cabrito que ser un cabrón.

Decía que no solo se ocupan de los bichos que viven bajo el agua. También han estado tocándoles los genes a los ratones y han logrado algunos que no tienen miedo. Le han anulado algo del olfato y ahora se acercan a los gatos lo mismo que si fuera a elefantes. Tan perfeccionado tienen lo de tocar teclas a los ratoncillos que han hecho algún transgénico incapaz de cansarse, así se pase horas corriendo en la ruedecilla. Que digo yo que puede que no canse, pero se le terminarán cayendo las patas ¿no? Lo mismito que si yo tuviera que cruzar dos avenidas anchas seguidas para coger dos verdes (me refiero a los semáforos, no a los billetes).

Es evidente que los científicos le tienen tomada la medida a los microscopios y a los bichos pequeños que te caben en la mano. Seguro que no andarán tan avanzadas las investigaciones que atañen a los leones de la sábana. Y que no me digan que compartimos más cromosomas con un ratón que con un león, que solamente hay que verme la melena, entre otras cosas.

Yo soy un poco león, eso es seguro. Por eso cualquier investigación pseudocientífica sobre mí tendría que ser registrada también. Como quiera que tengo poca mano en National Geografic, por no haberme embarcado de polizón en ninguna de sus barcazas preparadas para bloquear la salida de puerto o la entrada, según el caso me va a tocar dejarlo aquí simplemente. Porque aquí dentro no puedo tener más mano. Aún mejor, tengo voz para decir lo que quiera.

Por eso contaré que he venido detectando un fenómeno tan poco usual como lo del super-ratón. De un tiempo a esta parte he conocido el extravagante caso del cinturón menguante. Antes me lo ponía en un agujero, y detallo no por presumir, que era el último de todos. Sin embargo algún tiempo después ocurrió que varió la ubicación de los agujeros. Se dispusieron de otra manera como si estuvieran recorriendo el cinto hasta la hebilla. Habían dado un paso o dos hacia delante. Así que desde entonces tuve que abrochar al penúltimo en espera de que me sorprendan cualquier día más dentro.

Pero eso no es lo peor, ahora detecto que ese segundo agujero me aprieta más. Es virtualmente imposible que ya me caiga el pantalón. Con lo que concluyo, y no soy ningún genio, que se ha acortado un trecho al menos por uno de los extremos. Puede qeu de los dos.

Yo creo que es porque está confeccionado en piel.

¿Qué otra razón podría ser?

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