lunes, 26 de noviembre de 2007

La crisis

Cada corazón merece una oportunidad.

Dulce condena - Los Rodríguez



Vengo de visitar brevemente los titulares de un diario digital. Es bien sabido que los titulares me bastan para descolgar por este espacio mi opinión. No necesito nada más que mi propensión a la queja o a la calumnia.

Mis calumnias son calumnias de poco recorrido, casi no tendrían que considerarse calumnias. No son delito, son a lo más una falta. Un pecadillo venial que no se puede tener en consideración si nos atenemos a esta sensación de libertad que da Internet, un escaparate inmenso pero que no tiene para mí más que un puñado mínimo de visitas, cuando no soy yo el que regresa con estos dos ojos gastados y dispuestos a repetir la miopía, porque todo en la vida es repetición.

Por eso si soy yo el que viene para hablar de la probable crisis de José María Aznar y Ana Botella me supongo a salvo de la amenaza de ser llevado ante los tribunales por el ex-presidente. Más ocupado supongo en su intrahistoria personal ahora que tiene claro que no escribirá la historia en mayúsculas que quiso escribir, cuando soñaba con salir del rincón en que intuía a España, muda comparsa internacional. Ahora le queda una vida que no escribe su nombre en letras de oro salvo en los murales de la FAES, porque son de un pensamiento único, el mismo de Aznar.

Pero dicen las malas lenguas, no sé hasta que punto informadas, que Aznar y Botella han hecho crisis como si fueran peras y manzanas en el mismo cesto. Tan distintos ahora que ya no se reconocen. Y hablan de una tercera persona que ha aparecido como una bocanada de aire fresco en la melena al viento de Aznar. Que lo ha seducido con su perfecta dicción del inglés de la que nuestro ex-presidente está tan lejos. Y Aznar ya solamente puede pensar en ella, porque es la vida nueva que ha inaugurado, plena de conferencias y reflexiones de hombre sabio, que ha sobrevivido a atentados terroristas y a derrotas, pues si fue derrotado no lo recuerda. Él es otro, ahora.

La política es una mala enfermedad que ha curado. Hoy por hoy es más un gentleman con los calcetines de campo de golf bien calados, un hombre maduro con sueños de adolescente. Amigo de recordar en los titulares de la prensa internacional que aunque esquivo sigue velando por nosotros, que no es velar por España precisamente.

Quizá sea cierto que tras las elecciones Aznar y Botella se separen. Quizá él se ha cansado de los rescoldos de la vida que tenía. Quizá ansía la libertad que alguna vez hemos ansiado todos, romper con lo conocido, sobretodo si lo conocido continúa enredado en la vida caduca que él ya siente superada. Ahora es un hombre de mundo. Un ciudadano universal, sin plaza fija en ningún sitio.

Aznar no quiere medrar en política como Ana Botella. Él fue todo lo que uno puede ser. Y si no fue más no tuvo culpa alguna. La culpa fue de los votantes que no creímos en él lo suficiente, que no nos confíamos del todo. Quizá le faltó tiempo, pero en el fondo Aznar se ha hecho carne como nosotros. Está harto de los políticos y la de la política. Ya no se cree nada. Solamente se confía a su corazón de hojalata. Al amor que se abre camino como una ilusión nueva e irrompible.

Aznar vuelve a ser joven. Superviviente al pasado más inmediato habiendo tomado buena nota de no repetir. Como viviendo la juventud nueva por un sendero distinto.

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