Cuando éramos jóvenes Marcos y yo teníamos la disparatada teoría, todo en nosotros era disparatado por aquel entonces, nos disparatábamos solamente por mezclarnos, digo, teníamos la disparatada teoría de que la belleza era como una rueca, de manera que imperceptiblemente uno se iba volviendo más feo, que decíamos truño, o más bello según avanzaba la vida. Nosotros, estaba claro, estábamos en fase truña, navegando apaciblemente hacia la belleza que tenía que aparecer en nosotros en algún momento del futuro. Sabíamos, por otro lado, que siendo nosotros la belleza sin par, inconmensurable, nos tocaría justo al momento de la muerte. Es decir pasando la vida de feo a cada vez más feo para en el mismo momento del último suspiro, la rueca gira y nos convierte en un cadáver de un guapo arrebatador.
Con todas las chicas que no nos hacían caso de repente enamoradas, asombradas de nuestra belleza dentro de la caja las menos informadas, padeciendo nuestra suerte las que se decían que mala cosa es volverse guapo justo al momento de la muerte.
Ese era nuestro sino y nuestras risas de estudiante invisible en la universidad. Yo ahora sé que guapo guapo no voy a ser. Ni más tarde, de muerto. Mas no me importa, lo es Pablo.
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