Es seguro que ayer lloró. Y hoy también ha llorado, delante nuestro. Pablo no suele llorar, es fuerte si se cae y como le tiene dicho su papá, pone las manos. Suele tener un talante risueño y vive la vida de buen humor.
Pero hoy lloró, ahí mismo, cambiando la cara, con lo feote que se pone cuando llora, pues sus papás alargaron mucho la despedida, no le dieron el beso acostumbrado a través de la verja, no le hicimos la promesa de recogerlo temprano a su hora, ni le dimos instrucciones para que probara al menos cada cosa de su plato a la hora de comer.
No estamos preparados para verlo llorar. Salimos huyendo porque la seño lo tenía con ella, como si ya fuera suyo, simplemente por haber cruzado la cerca. Pero no nos fuimos, nos quedamos agazapados, esperando que dejara de llorar, sin saber si hacíamos bien.
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