martes, 25 de septiembre de 2007

De récord

La casa cansada,
la manta en el sofá.

Eres - Ismael Serrano



Hoy estoy dispuesto a batir mi propio récord. Pero si hoy me voy a acostar tan temprano que mañana voy a tener la espalda como una tabla de planchar es porque estoy un poco enfermo. Nada grave, de las cosas que yo tengo no murió nadie. Simplemente tengo una congestión tan grande que los vecinos ya tocaron al tabique para que rebaje el tono de mi respiración. Eso y la impresión de tener el entrecejo fruncido sin tenerlo en absoluto, con el leve espacio entre mis cejas lo mismo que si fuera la diana donde Guillermo Tell ejecutaba el más difícil todavía, atravesar una saeta con otra. Me posee la poderosa impresión de tener una pinza sujetando los lagrimales uno contra otro en el interior de la cabeza.

Hoy fue pese a los achaques de la enfermedad, que se recrea conmigo especialmente por saber que no tengo apenas a que recurrir, un día bastante bueno. Me tomé un Espidifen esta mañana que creo que es mano de santo para las resacas. Claro que yo lo tomo porque mi estado se asemeja al de una resaca de esas que de puro hóstil deja a uno derrumbado bajo la bandera de la calavera y los fémures. Claro que no hay calavera, es mi propia cara.

Por eso y porque mi botiquín no es precisamente y gracias a mi salud de hierro el de la clínica donde nacen las infantas de las sucesiones, para cuando vengan. Vamos que cuento con el Espidifen y el Ibuprofeno, del que perdí el prospecto pese a conservar la caja casi intacta, aunque sospecho que ambas cosas son la misma pero con distinto nombre. El mismo perro con distintos collares para que la industria farmacéutica siga viento en popa encontrando enfermedades para nuevos y variados remedios que tragar, disolver y demás formas de auto medicarse que no vienen a cuento pese a estar en la mente de todos. Vamos que mi botiquín me sería propicio si llevara la vida ajetreada que no llevo y anduviera de parranda casi todas las noches de todos los días.

Por eso soy más partidario de darle al cuerpo la alegría del Espidifen. No creo que sus variados componentes químicos me vayan a ser adversos. Al contrario, me confío del todo si con ello dejo de llorar por la nariz, que es una forma de llorar que despierta poca ternura y que conviene distraer guardando en la manga una servilleta de papel. Prefiero dejar el Ibuprofeno para cuando acabe estos de los que tengo alguna información, aunque ésta sea tan confusa como suele ser la jerga de los médicos. Que parecen invencibles con sus batas blancas y enferman igual que todos.

A estas horas, tras un día bastante intenso, del que regresé hace un rato apenas, empiezo a sentir que la vaga enfermedad que me habita está rebelándose por el poco caso que le he hecho.

Ella esperaba a buen seguro que me tumbara en la cama y recibiera todos los mimos que conllevan las enfermedades, ya se sabe. Sopita caliente y un beso en la frente en una habitación con las persianas echadas. Pero la enfermedad ha de conformarse con mi indiferencia, que no es una pose valiente en absoluto, es simplemente lo que hay. Cargar con mi tardanza hasta que llegue a la cama. Me cojo resfriados tan tremendos muy rara vez. Soy bastante resistente a las enfermedades del cuerpo. Será por algo. Si no le gusta que no hubiera venido que yo no la necesitaba para nada. Y aún queda lo mejor, veremos como reacciona a los polvos; para mí que esta noche sale disparada como cuentan que sale el alma de los cuerpos. Flotando hasta el techo para hacerse a la idea.

Luego se baja a la calle y enferma a cualquier otro


(que no tenga Espidifen).

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