¿En quién podía confiar?
Vanilla Sky
Llego a nado del último albúm de Manu Chao. Vendría flotando, pero me pesa el cuerpo demasiado.
Tengo dicho que hoy iba a ir a la piscina para comprobar que sigo a flote, pero no ha podido ser, y no por esta voluntad mía caprichosa tan capaz de cercenar la intención de tantas cosas que a veces me quedo como un paralítico de intenciones, con las ganas justas para ver pasar las horas como uno de esos ancianos que retratan las películas, sentados en una silla de jardín al tráfico de una gasolinera de paso entre sitios muy distantes. Y es que hay que reconocer que a veces las horas no son algo que tenga un principio o final, ni siquiera eslabón, a veces los días caben en apenas una, de manera que hacer planes sería perder el tiempo por perder, al fin, perdido.
Pero hoy no dejé de nadar porque me venciera la pereza de recorrer el trecho hasta la piscina, que es razón suficiente para que me quedara a punto de ir muchas veces, si no fui, juramentado como estaba, fue porque esta gente de la piscina tiene también derecho a darse vacaciones de pisar la piscina, por pisar alguna, supongo, que ellos no gestionen.
Así que inválido para reventar candados, forzar cerrojos o abatir puertas decidí acercarme a la oficina nada más por un rato. Luego he pasado la tarde en casa. Sin asomarme al verano que ha llegado en Septiembre sin un buen pretexto que dar, esperando que lo recibiéramos con aplausos por esperado.
Querido amigo, tan tarde ya no nos vale.
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