Vivo encima de un Cajastur enfrentado a un Banco Santander. Los empleados del primero, me dicen, son un ladrillo. Los segundos están en todas partes, porque el Banco Santander, ahora Santander a secas, es el banco de Botín, como dice un amigo "el que más botines tiene". Anda este amigo haciendo la guerra contra todos, que colecciona billetes de 5 deshechos o casi deshechos para irlos despachando en lugares de en los que la botellita de agua se vierte al vaso por tres euros. Que se pelea con las operadoras telefónicas porque le llegan cargos improcedentes y quiere volverse a usar tarjetas prepago aunque yo le diga que eso no conviene, que las llamadas son mucho más caras. A veces en ese talante furibundo convertido en risas en la trinchera me veo yo mismo. Y pienso que quizá estoy en el camino de ser alguien parecido. O quizá ya lo soy, con treinta años menos.
Pero no vuelvo para hablar de este Manuel, que daría para bastante más. Vuelvo porque quiero contar lo del paisano que toca el acordeón debajo de casa, al lado del Santander de los botines. Hoy me di cuenta de que es un virtuoso, y conste que un sábado hace pocos me puso la cabeza como un bombo, que salía yo con el teléfono en la mano jurando a mis interlocutores que aquella melodía llevaba sonando toda la mañana, convencido además de que aquella era una sola, y que la repetía en bucle sin descanso. Que me decía muy bicho que iba a bajar a darle algo para que se cambiara de sitio. Que amanecer y permanecer la mañana entera sostenido de acordeón es similar tortura a haber sufrido una gota de ácido cayendo entre los ojos abiertos. Y si no hay escapatoria a la migraña este hombre estuvo muy cerca de echarme de mi propia casa.
Pero hoy me despertó de la siesta con el acordeón, y al poco cruzó la calle una banda festejando las fiestas de la Guía, y se oía llegar la música de las gaitas, y la gente cantando al unísono "Por la calle de Alcalá...". Así que el acordeón se vio pronto superado por el ruido del gentío. Y debió dejar el hombre quieto un rato el repertorio para ver pasar la procesión, que hoy sí estuvo fino. Que tocó de todo y muy bien interpretado. Pero según se alejaban de nuevo por la calle, camino de la ermita supongo, volvía el acordeón tímidamente, sin pedir permiso pero alzando de nuevo un rumbo. Y yo que había permanecido ajeno, de cortos pasos por mi casa, abrí las ventanas del balcón y me asomé pensando que era tan bonito como una de esas bandas sonoras de película. Y me di cuenta de que la vida es una película a la que no le falta de nada. Eso sí, con todo lo vivido no sé bien si comedia o drama.
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