Deja que te espere a la puerta de tu casa,
un minuto me hace falta,
luego me voy para siempre.
Adiós - Jarabe de Palo
El problema de Fernando Alonso es que se ha quedado solo. Y su soledad a estas alturas es irremediable.
Ya no tiene marcha atrás, porque los pasos dados han ido, uno a uno, empeorando las cosas, dejándolo más y más solo. Leo que camina por el paddock como un fantasma. No habla con nadie, solamente con su padre, con su representante y quizá con Pedro De la Rosa al que no consideró nunca como un rival porque no tenía volante y por tanto no podía hacerle sombra.
Y este estado de las cosas es cuánto menos sorprendente, al menos para el ciudadano medio de la calle que aspira a poco más que tener un entorno agradable la mayor parte del tiempo. Que está dispuesto a alegrarse por el bien ajeno porque no ha de darse a costa del propio ya que uno puede sentirse recompensado sin agravios por compararse con nadie. Existe lo que podríamos llamar solidaridad suficiente para alegrarse por el bien ajeno tanto como para lamentar las desgracias.
Probablemente en algún momento se haya preguntado acerca del momento en que la espiral le llevó a su situación actual. Y fue la suma de pequeñas cosas aunque hubo una primordial. Fernando Alonso doble campeón del mundo, 25 millones al año, no era tratado como tal, era uno más. O peor aún, el último en llegar, el forastero en busca de un sitio. Ni siquiera se le tenía en cuenta lo mucho y bien que había trabajado para desarrollar el competitivo coche de este año. Los británicos, ansiosos por tener una estrella se habían encontrado sin querer con un joven de color, pionero por tanto en el exclusivo mundo del automovilismo y que daba tan bien ante las cámaras como el propio Tiger Woods o el mismísimo Michael Jordan, como un héroe romántico de sonrisa franca y exquisitos modales.
Y además conocido por su mentor, Ron Dennis desde los 13 años. Un niño prodigio por tanto. Y ganando apenas medio millón al año, pero lo más importante, tan bueno conduciendo, sino mejor que el arrogante Fernando Alonso. Ese español que desafiaba el ridículo de hacer los pajaritos por amor y que creía que era el mejor de largo.
Lastimosas eran sin duda sus explicaciones sobre la telemetría y los reglajes, quejándose públicamente de que sus aciertos fueran estudiados en profundidad por su compañero y sin embargo rival. Ocurría así siempre y en todas partes, no era distinto en Renault. Pero si Hamilton podía copiar su mayor conocimiento del coche no habría distancia entre ellos, que era una forma encubierta y no querida de reconocer que pilotando, con la pista por delante aquel novato, producto del mejor simulador de carreras del mundo, era tan bueno como él.
Ocurre sin embargo que en esta larga odisea las cosas no resultaron del todo como se esperaba. El camino había comenzado imbuido en el disimulo de alegrías compartidas, como una cortina de humo, pero no podía durar. Pronto la sonrisa de hizo mueca, y más tarde se llegó al punto exacto en que disimular no vale la pena, no hay vinagre que no cambie la cara. No hay funeral que no entristezca, no hay rencor que no resienta. Se llegó al tú o yo, a la ruptura total de un matrimonio que nunca fue de conveniencia.
Pero de repente los actores se salieron de sus papeles para representar otra cosa. Matices nuevos que rompían con la impresión establecida. De pronto Hamilton dejó de ser aquel muchacho lanzando besos en el Motorhome, abrazando mecánicos en el éxito de todos. Con la algarabía propia de un premio en una administración de lotería. Porque los éxitos de Hamilton siempre fueron los de todo el equipo como los de Alonso fueron más de Alonso que de ninguno. El chaval se atrevió a desafiar por radio a Ron Dennis y con ello quebró la baraja que le había dado las mejores cartas. El prodigio risueño mostraba un rostro distinto. Y llevaba al equipo ante una sanción de los comisarios de carrera que era como muchas otras un auténtico desatino. Porque en la fórmula 1 está visto que las sanciones se improvisan primero y se les da fundamento después, aunque el fundamento no sea otra cosa que recogerlas en papel por si pudieran repetirse exactamente en las mismas circunstancias y con los mismos actores.
Entonces Alonso pudo sentirse más fuerte. Él también se salía del rol que se esperaba. Porque lejos de victimismos que habría comprendido cualquiera supo quedárselos para él y su entorno. Al contrario aparecía más concentrado que en toda la temporada, conduciendo sin los errores del pasado y que habían sido novedad precisamente por ser un piloto con los nervios de acero.
Pero fue nada más un repunte fugaz. La suerte de Fernando estaba echada. No había vuelta atrás porque la distancia era ya insalvable. Fernando Alonso vivía en una isla a la que le empujaron precisamente cuando más quería ir.
En mi humilde opinión Fernando Alonso abandonará McClaren al finalizar la temporada porque la convivencia en el equipo es imposible. Y se irá habiendo ganado su tercer título mundial simplemente porque es mejor piloto que Hamilton todavía. No creo que a estas alturas vayamos a asistir a la sorpresa de verlo claramente perjudicado por el equipo.
Será un gran campeón, pero me temo que no se lo van rifar.
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