martes, 11 de septiembre de 2007

Perdiéndose

Envejecer es irse perdiendo de vista.

Bosco



Yo estoy principiando la vejez. Es un juego que no tengo maldita gana de jugar, pero se juega sin necesidad de invitación. Lo más curioso es que yo sigo viéndome más o menos igual, como si no hubiera pasado el tiempo. Probablemente ocurre que el espejo me engaña, o quizá sea cosa de esta miopía incipiente, en la que me voy adentrando como en terreno conocido, la vida es repetición y yo vuelvo al punto de partida de dos ojos que no alcanzarán para más de un palmo de terreno. Que es más de lo que tengo a día de hoy. Me adentro en la miopía como en la edad inevitablemente y sin querer.

Porque la cuestión principal de la vida sería preguntarse para qué sirve. Como hacen los niños que son tan elementales como para buscar una razón para cada causa. Para qué los años, ese pasado que se esconde bajo la alfombra porque está sin estar. Ya no lo ves y sin embargo incluso sin testigos sigue presente.

Yo que soy ante todo un teórico de mis propias ideas, porque soy inútil para retener las de otros, tan capaz de olvidar mi propia experiencia para no volver a estrellarme, tan iluso tantas veces, tan crédulo, tan pendiente de mi propio pensamiento, he llegado a una conclusión. Aunque no es cierto que haya llegado, llego ahora, en este instante, en este minuto, como un tren que partirá, la vida sirve para acertar unas cuantas veces y fallar otras muchas. Y lo mejor de todo es tanto de las unas y las otras se sobrevive. Y si no se sobrevive no ha de importar demasiado. Entonces ya no.


Particularmente yo, que estoy empezando la vejez porque ya nadie me confunde con un veinteañero ni aunque mi mirada pudiera contener tanta gratitud como no tuvo antes ninguna, he venido a darme cuenta de que ya tengo un buen puñado de cosas de las que arrepentirme. Y no son cosas grandes ni graves. Son cosas pequeñas.

O lo fueron en su momento aunque quien sabe si no hubieran cambiado la vida entera. Sé cierto que los años que quedan van a ser un rato apenas. Y hoy me gustaría tener la máquina del tiempo de H.G. Wells o la de Bosco para acudir a la guardería como un fantasma y buscar al niño que fui, para aprender como era cuando me comportaba de un modo que no puedo recordar. Quiero ver a ese niño otra vez porque las fotos no bastan.

Quizá un día quiera esa máquina para llegar al día de hoy. A este 11 de Septiembre precisado en el tiempo para recuperar mis pensamientos de treinta y dos vividos y es que la vida conlleva irse perdiendo, como si nos fuéramos dejando quienes hemos sido detrás de la niebla.

En realidad estamos yendo hacia delante, siempre hacia delante sin saber qué será de nosotros.

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