La próxima vez le salto encima.
Con lo que eso duele - Joaquín Sabina.
¿He contado lo de la araña?
Creo que fue anteayer cuando me iba a dormir. Suele ser bastante temprano, sobretodo los fines de semana que salgo tan poco. De hecho se comenta y sino merecería comentarse que debo estar entre los primeros del pueblo entre las sábanas. Creo que hago podio tras un niño de pecho y alguno otro aquejado de anginas. No exagero un ápice, que a veces me ha ocurrido el ir a cerrar mis contraventanas para llamar la oscuridad más absoluta y parecerme oír en la calle la risa de un niño que aún pasea. Puede incluso que la risa sea porque sospecha que estoy levando anclas hacia el nuevo día.
El otro día enganchado al teléfono antes de acostarme y reparo en que hay una sombra en la pared junto al armario, me acerco pero no demasiado. Es una araña tan grande como el puño del niño con anginas, como la palma de la mano con las patas al acecho. Realmente tan grande que como dato diré nomas que sus patas eran tubitos huecos, es decir se veía a través que circulaba el aire por ellas, eran como largas cañerías transparentes.
Lo cierto es que el bicho era bastante acojonante con perdón, y ni siquiera movió el bigote cuando removí unas mochilas que tenía cerca para hacer espacio, por si tenía que sacar el tanque para cargarmela, siempre tengo algunas bolsas por ahí en medio para tropezar, pero le debí parecer un enemigo menor, como a mis contrarios en una pista de tenis. No se inmutó en absoluto. Probablemente debía estar esperando que cayera en su red, que si le llevó algún trabajo confeccionar debía ser el paño de un globo aerostático. Pero la red no la vi, cortedad de la vista supongo.
La cuestión es que tuve que zanjar con urgencia la llamada para inventar una estrategia que me permitiera dormir a pierna suelta y sin preocuparme del libre acceso a mi yugular durante el sueño. Sí reconoceré que a punto estuve de hacerle una foto e incluso iniciar una video llamada con el 3G para que fuera público y notorio el enemigo al que me enfrentaba.
Pues si tanta fama cosechó en su día "El hombre araña" que no se diría de una araña del tamaño de un hombre, prácticamente. Después de todo el tal Spiderman era más hombre que araña, con lo bueno o malo que eso supone. Sin embargo este bicho era una araña descomunal y aunque no la trate apenas, sospecho que sin sentimientos. Vamos que de esas que si hace prisioneros es porque no tiene hambre todavía. De la que te deja macerando para que te hagas poco a poco como un remordimiento.
Pero a la postre preferí hacer de la heroicidad algo íntimo, y si lo cuento aquí es en la certeza de que no me lee casi nadie...
Pero si el enemigo era temible, daré las gracias que yo también iba armado, y bien armado me permito apuntar, que cada uno lo coja por donde quiera, pues colgar el artefacto telefónico ya tenía la zapata de andar por casa en la mano. Como si fuera una manopla, pero cogiendo la alpargata justamente por el talón para darle más recorrido a la puntera en el golpeo, los tenistas expertos saben a qué me refiero. Así que me situé más o menos en le hueco dejado por la mochila y lance un golpe certero y en mi opinión poderoso contra el bicho, aunque apenas le hizo mella, pues nada más cayó al suelo para iniciar una escapada aturdida o quizá un contraataque después de que me confiara una pizca; no le di tiempo suficiente, en cualquier caso, ni para una cosa ni para la otra. Pues mi segundo ataque, reforzada mi propia fuerza por la de la gravedad, supongo, fue a estrellarse entre las patas, que todo el mundo sabe que es nuestro punto más débil. Así que el depredador quedó más bien recogidito, con las patas mirando pa dentro. Lo mismo que el puño de un avaro.
Entonces me hice con el cadáver para no dejar pistas, no fuera el más pequeño de una familia de super arañas, para que piensen acaso que fue por tabaco y no volvió, como el perro que fue a comprobar la primitiva, que a quién se le le ocurre enviarlo. A esos menesteres debe ir uno mismo, resulta obvio.
En fin, al irlo a transportar sin ceremonias hasta el excusado reparé en que sus dichosas patas eran huecas y el bicho la araña más grande que yo haya visto.
Una vez en el aseo fue un coser y cantar. El chorro de agua lo debió llevar dondequiera que va todo aquello. La verdad; no quiero saberlo.
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