Vivir sin ti es vivir muriendo.
El Kitapena - Manu Chao
Oiga usted si me puede contar dónde se fue el verano. Pues donde todos, a esa almohada inmensa repleta de plumas del pasado. Con éste ocurrió, no obstante, que se fue casi sin sentirlo, casi como si no hubiera ocurrido. Como una tarde transcurrida en la inopia de los sueños.
Hemos llegado a septiembre que es la bandera a cuadros que anticipa lo poco que queda de año, de este 2007 que se fue, como el verano, demasiado rápido.
Es evidente que el tiempo es una máquina que necesita de cierto rodaje para llegar a transcurrir enteramente a pleno rendimiento, ese periodo es la infancia que ocurre como una mañana de sol en la orilla de la playa, el minuto detenido en el murmullo de los que se dan confidencias a dos pasos, el calor abrasando la cara en la atmósfera perpetua de un domingo que no se acaba por culpa de la mañana.
Sin embargo el tiempo como un tren a medio camino entre dos estaciones termina por coger una velocidad tal que da vértigo. Y si no la sientes es porque no te arrimas al precipicio de caer en la cuenta. Enfrascado en minucias intrascendentes con su propia condena, la de perder importancia.
Sin embargo tiene este tiempo algo de tiempo perdido, o quizá sea que no habré de acordarme de este fin de semana, isla desierta entre lo que fue y lo que será.
En realidad hoy vine por no ir a la piscina de la que no escaparé mañana. Llegué aquí para acercarme algo a las 2 de la tarde, para que el rato que queda sea insuficiente para llegar hasta allí para nadar. Para que ir ya no merezca la pena.
Ayer tuve un sol descarado y certero, pero no tenía ya ganas de playa. Era mi venganza inútil contra las nubes que han desaparecido ahora. Antes cubrieron de lluvia el paraíso.
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