jueves, 3 de diciembre de 2020

Maradona tuvo la  suerte o la mala suerte, que depende de por dónde se mire, de nacer en Argentina. Seguramente si hubiera nacido y vivido como vivió en un país nórdico, en Noruega por decir uno, hace años que le habrían quitado foco y sería simplemente un pobre yonki que vivió tiempos mejores. Un maltratador con sentencia en firme.

Hay en el éxito de Maradona mucho de las ansias de quitarse el complejo que arrastraba Argentina por la guerra de las Malvinas, mucho del ansia de Nápoles por brillar frente a las ricas ciudades del norte de Italia. Se podría decir que Maradona fue en caballero andante que ambos entornos demandaban, justo aquello que les era más necesario cuando lo necesitaban más. 

Futbolísticamente y sin pretender ser ningún experto creo que Messi está a años luz como futbolista de lo que fue Maradona, y asiento está manifestación no en que no pudiera ser el mejor de su tiempo, sino en que los futbolistas de hoy, todos, son mejores que los de hace 30 años, como aquellos eran sin duda mejores que los de los años 60. El fútbol es un deporte que se juega cada vez mejor, con mejores medios. Destacar hoy es más difícil porque el nivel de todos es mayor.

Maradona consiguió el éxito que se le niega a Messi simplemente porque ganó un Mundial y eso es mucho. Respecto a todo lo demás ambas carreras no admiten comparación.

Pero sobretodo sacudió a un país, a una ciudad, para sentirse importante, los hizo vivir un sueño inesperado, aunque visto en la distancia no fuera para tanto. Argentina ganó el Mundial a Inglaterra haciendo trampas. Retrato de este mundo que aplaude la trampa si cuela, si no es detectada, como signo de genialidad. Decía Shilton, guardameta en aquel partido que Maradona nunca le pidió perdón, por qué iba a hacerlo. No le hizo falta entre tanta euforia y tanto aplauso. Ser la mano de Dios es justo lo que le faltaba, la demostración palpable de que haga lo que haga estará bien. Caer en esa Argentina dispuesta a aplaudirlo todo, a venerarlo por cualquier causa, aunque ese palmeo constante confunda al hombre y lo extravíe, aunque lo acabe destruyendo como así ha sido, en volandas por la vida como una imagen religiosa de procesión, tropezando su cabeza contra todos los techos. No importa si todo se disculpa, si puede hacerlo todo, bueno o malo, por haber dado alegría un puñado de tardes.

En otro país, uno menos abonado a los excesos, Maradona se habría salvado. No habría sido el hombre lamentable que lamentablemente fue. Habría sido más feliz también probablemente. Con su verbo atinado, cualidad que es común en todos los argentinos, habría hecho carrera como comentarista, como entrenador de veras si hubiera podido escapar a la larga sombra que inventaron para él. Sombra que le ha perseguido incansable, para perdonarle todo, para señalarlo único en el mundo entero. Le habría ido bien si después de Maradona lo hubiera dejado de ser. Que hubiera sido Diego simple y llanamente. Que hubieran enterrado al personaje a la vez que al futbolista, que ambos hubieran muerto antes que el hombre. Aunque lo más curioso es que en estos casos muerto el hombre el personaje se mitifica aún más, y esa imagen idealizada ya no se altera por nada. Ya no hay borracheras ni tropiezos que empañen el sentir popular. Ya tienen el retrato para poner en la pechera, que lo malo que hubiere se irá olvidando. Pasados los años sólo quedará la santidad y las cintas VHS retocadas a alta definición.

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