lunes, 7 de diciembre de 2020

Yo siempre he pensado que para escribir no hacía falta leer. Para qué si puedes escribir. Así que yo escribía sin haber leído apenas. Luego dejé de escribir, para qué si puedo hacer en su lugar muchas otras cosas. Además siempre supe, desde bien temprano que era evidente que no iba a convertirse en algo que me fuera a dar de comer. Aunque es cierto que de joven, para algún relato tuve que saltar de la cama porque la cabeza bullía, puede que simplemente con lo que era un comienzo que yo juzgaba tan bueno como estaba seguro de olvidarlo si no lo plasmaba inmediatamente en papel. 

Me vino a mí esta gana de escribir cuando cursando el bachillerato escribí un relato, de trama bastante tenebrosa y desesperada, que acababa en muerte, como había de acabar por fuerza y dándolo a leer a la chica que me tenía loco por aquel entonces me lo devolvió escribiendo a lápiz justo al final del texto que aquello era simplemente sublime. Y ella cambió a otra cosa mientras yo quedé pensando si había algo más. Que no lo hubo, pero consiguió que aquel momento me hiciera el hombre más feliz del mundo, así y todo no fuera a tratar con ella casi para nada más. 

Nunca dejé de escribir, no al menos por largas temporadas. O quizá sí, pasaron largas temporadas sin escribir una línea siquiera, son muchos años ya y estoy confuso. Probablemente lo dejé aunque no definitivamente, como demuestran éstos y los textos precedentes . Es algo que siempre me gustó hacer y que no me costó gran esfuerzo. De hecho yo siempre he escrito improvisadamente, revisando lo escrito los primeros cinco minutos tras haber acabado. Pero tan solo esos primeros cinco minutos de re-lectura para no volver más. Después con el mensaje terminado el párrafo ha muerto y es hora de dedicarse a otra  cosa. Encontré siempre un valor a lo que surge así espontáneamente, aunque quizá fuera pretexto de un fondo de pereza en esforzarme más. En dedicarle tiempo a perfeccionar, dentro de mis capacidades, lo ya escrito. Tal como estaba era lo mejor que iba a estar. Lo mejor que yo mismo podría hacer ya estaba hecho. Y desde luego nunca me plantee una planificación ni nada más elaborado, algo necesario si quieres escribir algo más que dos cuartillas.

Yo siempre he sido de una sola idea y partir desde ahí, a ver qué pasa. Y raramente el discurrir natural de mi pensamiento ha añadido alguna idea más. Más bien he estirado lo que tuviera en mente hasta dónde pudiera y, dándolo por bueno, me he cruzado de brazos.

Ahora sin embargo tiene un propósito y una razón. He tenido un hijo y aunque nada de lo escrito tenga un gran valor, si pudiera servirle para conocerme si algo me ocurriera. Internet es un gran archivo dónde cada cosa que hacemos deja un rastro. Así que lo escrito tiene vocación de inmortalidad, y las palabras en la Red son para siempre.

Por lo que continuaré escribiendo. Dejando un humilde legado de palabras. Pues si se puede considerar escribir a esto que hago, que lo es propiamente, aunque contenido y formas no tengan gran importancia, sí la tiene por cuánto despeja la incógnita de quién soy, de quién fui si algo me ha de ocurrir. No encuentro en el Facebook de mis amigos casi nada de interés, tal vez porque ellos no son tan conscientes de nuestra temporalidad, o ellos se vayan a dar a conocer de otro modo, a través de las palabras de otros. Pero yo prefiero mis propias palabras. Ya dejé dicho cuánto quiero a Pablo, como también que todavía quiero a Sestea tras tantos años juntos. Hemos hecho un gran camino, siempre de la mano.

Además, por si fuera poco escribir me entretiene, eso sí que lo obtengo.

Para la tarea Pablo me ha regalado algo que no esperaba, con lo que sin saberlo y siendo tan pequeño me hace un gran favor. Cuántas cosas consigues Pablo sin darte cuenta! Desde hace tiempo la televisión es cosa suya. Así que a mí me queda nada más acompañarlo, hacer oídos sordos y leer. Cuánto tiempo libre sin televisión! Gracias que los libros supieron esperar.

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