domingo, 13 de diciembre de 2020

Peor sería que con 50 juegue con los muñecos dejando regado el salón. Que todavía quisiera usar su diminuta bañera. Pero sí, me ha dado pena. No tengo el corazón de hojalata. La felicidad que da los juegos del hijo, sus primeros pasos, cada uno de sus papás para cualquier cosa, no tiene igual en la vida. Lo terrible de la vida, segundo a segundo, es que no se detiene ni para ellos ni para nosotros. Como bien dice mi querido amigo Germán Alberto Aburto  estos primeros15 años pasarán volando, y los siguientes 15 lo harán quizá a mayor velocidad todavía. Es seguro que éstos,  los que ya hemos empezado a recorrer, habrán de ser más felices que aquellos posteriores, yo soy más joven y Pablo es, sencillamente, un dulce para comer.

Todos en la vida deseamos poder parar el tiempo, por unas vacaciones, un viaje o por tener la compañía que tanto ansiamos. Pero con un hijo el asunto deviene urgente. Decía Umbral que un niño son muchos niños. Pero yo no quiero muchos niños, quiero a este. Tal como es ahora. El que se despertará está mañana y si está de buenas me dará un abrazo. Es oro cada día de su infancia. Precisamente porque va camino de acabarse. Para nosotros la vida es como un grifo que pierde agua poco a poco, no hay todavía demasiada diferencia entre el hoy y el ayer. Para él tampoco las hay, pero la vida se construye de etapas y unas se queman más rápido que otras. Se podría decir de la infancia que es una vida dentro de la vida. La suma de sus mañanas lo harán persona y a mí nada más que más viejo. Él dejará de ser el niño y yo seguiré siendo más o menos igual, la persona se definió hace años. Si miro atrás me dará una pena terrible perder al niño que juega y abraza, tendré el recuerdo, las fotos, vídeos y espero, su amor intacto.

Facebook Emilio Leiva - Profesor

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