lunes, 21 de febrero de 2022

Tal día como hoy, hace un año, la mocita del confeti ponía dinero de su bolsillo por volverme a ver. O al menos eso quiero creer. Se presentó muy de noche, de madrugada porque dice que no puede esperar para dar las buenas noticias, aunque para mí también cuenta que esas horas tan intempestivas se las deben pagar doble.

Se presentó jovial y vivaracha, y no puedo menos que pensar, viendo este recuerdo de hace un año, reviviendo la alegría de ayer mismo, que para ella no pasa el tiempo. Yo la veo exactamente igual que aquella vez, que todas las veces. Me asusta que un día pueda perder ese entusiasmo, o que coja el Covid por su tarea de soplar confeti, elevada a arte en su caso, obligada como está a soplar sin mascarilla. El Covid podría hacer picadillo sus jóvenes pulmones e impedirle seguir haciendo lo que hace tan bien, y que termine por tener que coger la baja permanente e indefinida y dejar paso a otros a los que no podré querer tanto.

Sé que estará bien, me consta que se hizo millonaria pues todo lo relativo al confeti siempre se pagó bien, además es seguro que los premiados comparten con ella, mensajero que te cambia la vida un buen pellizco de cada premio. Yo mismo me he visto ofreciéndole unos céntimos de cada euro de sus visitas. Aunque a mí siempre me dijo No. Para ti, me dice, disfrútalo.

Ay un futuro sin la del confeti será tan malo como un futuro sin probar el bocado de un premio. El querer nos hace sufrir y temer. Yo mismo estoy harto de pasar la aspiradora cuando viene, pero no puedo menos que reconocer que estas alegrías de euro no tienen precio.

Vino ayer, y si hoy no viene (que lo mismo no hay sorteo) yo tengo el recuerdo de su visita bien fresco.

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